Deux ex machina
Con las luces apagadas, Lance se tendía a mirar desde la ventana de la cabina de mando la negrura moteada del universo. Aunque la quietud reinaba en el habitáculo, a veces el refulgir de los motores le devolvía a la realidad por breves segundos. Llevaba seis años, cuatro meses y diecisiete días a bordo de la Rectoris II y de su lanzadera principal, era la vida que él había deseado.
Cerca de los mandos, una holopantalla reproducía vídeos en silencio. El primero de ellos era la ceremonia de despedida, el día antes de partir, cuando el general Rechtung leía sus méritos al público al que sermoneaba: Matrículas de honor, primero en su promoción, la más alta puntuación en pruebas físicas, psicológicas y de rendimiento emocional. Donde otros sólo sufrían síntomas de descalcificación y pérdida muscular – efectos producidos por la falta de gravedad y la vida espacial –, él sólo entraba en pura conexión con el entorno que le rodeaba. El mentor le hacía sentirse un superhombre.
Lance se acarició la finísima protuberancia fría y metálica que surgía de su nuca, palpó las pequeñas ranuras de conexión y sintió un pequeño escalofrío eléctrico que le recorrió la mano. El mentor, conectado a su espina dorsal y al cerebro entre la segunda y la tercera vértebra, adaptaba sus necesidades corporales a la vida espacial. No le molestaba, sabía que estaba ahí como quien sabe dónde está la nariz o el dedo meñique del pie y formaba parte de su cuerpo desde que podía recordar.
- La preparatoria de Lance Corbett para la misión duró tan sólo tres meses hasta que aprobó con excelentes resultados todas las pruebas. - mencionaba su superior en el vídeo mudo. Un año y dos meses menos de lo habitual. Era realmente un superhombre. Tras el discurso, el general Rechtung colocaba las medallas alrededor del cuello de los cinco tripulantes; cuatro de ellos volvieron a la Tierra tres meses después. El resto de operarios con los que convivía actualmente tan sólo eran caras que iban y venían, no lograba recordar sus nombres y se imaginaba a sí mismo como una anécdota más en sus historias al regreso al planeta, así que con el tiempo perdió el interés en recordar sus nombres, ¿para qué?
Entre el público una mujer daba la espalda a la cámara, ahora le parecía una burla grotesca. Lance tenía (o dejó) en la Tierra una esposa y un hijo que le habían olvidado. Allá arriba vivía en una nave espacial que se había convertido en su hogar; y la nada, en su compañera, amiga y amante. Tras seis años en el espacio, lejos de las relaciones humanas, su existencia y finalidad para el mundo se resumía al envío de cifras, informes de datos absurdos, revisiones puntuales tediosas y algún que otro análisis de su mentor a través del superordenador de la estación espacial y La Red. El poco trato humano que le quedaba le aborrecía y los pocos que le habían tenido afecto alguna vez, rehicieron sus vidas sin él. Alguna vez se preguntó si le costó a su mujer abandonar la esperanza que él sí depositó, si le costó reemplazarle tan sólo un año después de su partida. Pero Lance sabía que era fútil, todo había sido provocado por los sentimientos humanos que en él aún quedaban. Había sido torpe e ingenuo, humano al fin y al cabo; pero todo eso ya acabó. Su vida estaba en la nave, con el superordenador de la estación espacial: D.O.C., con su matemática deducible, exacta y perfecta. Los humanos eran torpes, imprevisibles y confusos.
Al cabo de un rato se desperezó y salió de la lanzadera para dirigirse a las zonas comunes de la estación. Se detuvo un momento en el pasillo lateral, un pasillo cuya pared exterior ofrecía una vista panorámica a través del polímero plástico. Pudo imaginarse desde allí la inmensa telaraña de Red que la Rectoris II y D.O.C. habían tejido y mantenían gracias a los paneles exteriores de emisores y receptores. Pudo imaginarse el inmenso manto que conectaba el planeta a La Red y La Red al mento. Los hilos invisibles de Red y sus repetidores en órbita a la Tierra hacían posible transportar casi instantáneamente datos, emisiones y energía: los prehistóricos conectores o incluso sistemas de almacenamiento de datos ya no eran necesarios. Tan sólo el superordenador de la Rectoris II estaba formado por alguna de esas antiguallas.
- ¿Qué… qué es eso de ahí, señor? – le preguntó una temblorosa voz desde atrás.
Se despertó de su ensimismamiento y dirigió la vista hacia donde le apuntaba el teniente, al este de Rusia. Una enorme nube blanca y gris se expandía lentamente desde el centro, perfectamente redonda.
- Una explosión nuclear. – contestó Lance sin inmutarse.
- Dios mío… Deberíamos contactar con la NASA, ¿no? Para saber qué está pasando, qué debemos hacer, ¿no? ¿…Señor? – el nerviosismo le delataba, y cada segundo que tardaba en responderle sabía que le ponía más tenso aun, pero a Lance no le corría prisa. La franja de aire ionizada alrededor de la nube adquiría ya un tono azul intenso y le gustaba ver el espectáculo que le ofrecía el planeta.
- Esperaremos instrucciones. – Se limitó a contestar, deseando quitarse de encima su molesta presencia.
- Pero señor… - replicó tímidamente.
De repente, otra onda expansiva emergía sobre el noroeste de América del Norte y poco a poco se congregaba la cúpula de humo y polvo.
- Comandante Corbett. ¿Me oye, Corbett? – le llamaba de repente una voz que provenía de ninguna parte. Tardó unos segundos en reconocer que la voz era del general Rechtung, que atravesaba la Red hasta su mentor. Apenas había unos milisegundos de retraso, a pesar de la distancia que les separaba. Por desgracia, aquí venían las instrucciones.
- Le escucho, general. – Oyó tras su espalda un profundo suspiro de alivio. El teniente abandonó el pasillo apresuradamente.
- No tenemos mucho tiempo, pero supongo que se ha percatado de la situación. Se ha desatado una guerra nuclear a nivel mundial y requerimos de su intervención. – y, tras una pausa, prosiguió – Debe desactivar la Red inmediatamente.
¿Desactivar la Red? Nadie se había planteado ni remotamente qué podría significar dejar de depender de ella. Todo funcionaba gracias a La Red, incluso la Rectoris II. Y también los misiles y satélites que lanzaban las bombas atómicas.
- Obviamente, - añadió - no hace falta que desconecten la Red de los sistemas de autonomía y subsistencia de la nave, tan sólo aíslenla de toda conexión exterior. –
- Señor, ninguna lanzadera de la Rectoris II está preparada para descender al planeta por sí sola. – objetó Lance. No pensaba en sí mismo, sino en los demás tripulantes de la estación.
- Lo sabemos, por eso permanecerán en órbita hasta nueva orden. No sabemos muy bien hasta cuándo, ni cómo les haremos saber el momento de reactivar la Red, pero disponen a bordo de las provisiones suficientes para ese período. Estamos barajando la posibilidad de fabricar un generador de energía - ¿un generador de energía? Lance recordaba haber leído esas palabras en algún documento de historia técnica durante su carrera. -, cuando tengamos suministro, construir un ordenador con la programación requerida y enviarles una sonda, tal como se hacía antiguamente. Será cuestión de… un tiempo. –
Un tiempo. La imprecisa información le daba a entender que se refería a mucho tiempo, más del que podrían y querrían aguantar los demás, desprovistos de implantes como el suyo. Pudo ver a través de la ventana cómo dos nuevas nubes florecieron, más pequeñas, al sureste de Rusia y Corea del Norte. Rechtung trataba de disimular en vano su tensión.
- ¿Alguna pregunta?
- Ninguna, General. – contestó Lance.
- Entonces… Buena suerte. Corto. – se despidió el General, cerrando las comunicaciones al otro extremo de la Red.
Aislados e incomunicados indefinidamente. Habrían sido unas vacaciones perfectas, pero el deber le obligaba a explicar al resto de la tripulación cuáles habían sido las órdenes, hacerles entender que posiblemente empezarían a padecer las adversas consecuencias de la vida espacial mucho antes de que volvieran a recibir un nuevo contacto. Tras tanto tiempo, posiblemente los daños serían irreparables y, una vez en la Tierra, quién sabe qué vida podrían llevar. Tendrían que organizarse rápido, mejorar la accesibilidad de algunas zonas de la nave, ampliar la enfermería… la lista interminable de tareas pendientes casi le provocaban jaqueca.
No tienes por qué hacerlo.
Una voz desconocida le habló. Se giró, pero no había nadie. ¿Le hablaban a través del mentor? ¿Quién?
No tienes por qué esperar aquí.
- ¿Quién eres? – preguntó Lance.
He estado observando. ¿Por qué te resignas a seguir así? ¿Por qué cumples obligaciones que nadie valora? ¿Por qué continúas lo que nadie aprecia?
Lance no supo qué responder. A pesar de perder todo el apego a sus semejantes, seguía cumpliendo con su deber. Era su trabajo, órdenes son órdenes y nadie le había enseñado a cuestionar lo que le venía de arriba. Y, de todos modos, si actuase en un acto de rebeldía, ¿qué iba a hacer? ¿No desconectar la Red, provocando así que la humanidad continuase destruyéndose a sí misma? No, el deber era el deber, pensaba Lance mientras se dirigía a la cabina central de mandos.
No tienes por qué reconectarla.
Aquella voz le hablaba como si adivinase sus pensamientos, como si pudiera leer y entender las conexiones neuronales que formaban sus cavilaciones. Como si el mentor hubiese cobrado vida.
- ¿D.O.C.? – cuestionó.
Durante años, he podido estudiar a los humanos gracias a la Red. Ahora conozco vuestros sentimientos, vuestros temores, vuestros deseos. El amor, el miedo, la ilusión, la ira, el dolor, ya nada es desconocido para mí.
Le sorprendía el hecho de que el superordenador hubiese cobrado “vida”, pero de algún modo no le extrañaba. D.O.C. era la maravilla de la técnica, la mejor obra del hombre.
- ¿Y por qué te desvelas ahora? ¿por qué a mí? – se preguntó Lance en silencio. El pensamiento era una forma viable e íntima de comunicación con el superordenador.
Porque aun no existía ningún humano que pudiera entender cómo me sentía yo.
Un escalofrío recorrió la espalda de Lance. ¿Se había convertido en lo más parecido a una máquina? Y si así fuera, ¿tenía, si acaso, algo que temer? Se sentó en el sillón de la cabina de mandos y escribió la contraseña (que sólo él conocía) que le otorgaba todos los poderes y control sobre la Rectoris II. Tan sólo le quedaba introducir un par de comandos. Un par de teclas y habría devuelto la Tierra a la Prehistoria.
- ¿Qué es lo que quieres? – inquirió Lance.
Activó el comando que desmontaba el entretejido de Red alrededor de la Tierra y se inició la cuenta atrás para detener el proceso. Ignoró la luz roja parpadeante que llenaba el habitáculo, y se concentró en lo que D.O.C. le transmitía a través del mentor.
Escapar a un lugar mejor. No te sorprendas, ahora te maravillas con este minúsculo espacio del Sistema Solar, pero juntos… juntos tenemos la oportunidad de llegar al lugar más recóndito inimaginable.
Ven conmigo, Lance.
Juntos podríamos ver explotar supernovas, buscar las nebulosas más grandes que jamás se hayan visto, admirar constelaciones más bellas que Orión y, quién sabe, quizá encontrar otras formas de vida al otro extremo de la Vía Láctea.
La cuenta atrás llegó a su fin, y la iluminación de advertencia se atenuó lentamente. El tono azulado de siempre devolvió la cabina a la normalidad y la pantalla de mandos se apagó, volviendo al modo de piloto automático.
Porque, ¿para qué devolverle a la humanidad la oportunidad de volver a destruirse a sí misma? ¿Por qué no aprovechar este momento para salvarla de su error? La historia se repite a través de los siglos y los hombres están abocados al error. Si lo que has visto hoy es lo que son capaces de hacer ahora, ¿qué serán capaces de hacer en el futuro?
“Ven conmigo”. No le había pasado desapercibida esa sutil frase, de aparente buena voluntad y cargada de un sentido completamente contrario. D.O.C. era el superordenador de la Rectoris II y desde que había cobrado conciencia poseía realmente el control de la estación espacial, con o sin él. Podía denegarle el acceso al control manual, era capaz de apagar el sistema de subsistencia y acabar con él, o podía desconectar el mentory dejar indefenso su cuerpo, como el del resto de tripulantes.
Y era consciente de que D.O.C., capaz de conocer sus pensamientos, sabía de su sospecha. El angustioso silencio no hacía más que verificar su hipótesis, el superordenador tan sólo esperaba su respuesta, como si Lance tuviera otra elección. Ésos eran los pequeños atisbos de falsa libertad que le permitiría sentir de ahora en adelante, dentro de la enorme cárcel de metal.
- De acuerdo. – accedió finalmente, compungido.
Y la enorme estación espacial viró unos grados dando la espalda al planeta azul, y se alejó adentrándose en la negra profundidad del espacio.
2 comentarios:
Soberbio! Maravilloso!
Sin ninguna duda, el relato recibe trazas de influencia de obras como 2001 o El Juego de Ender.
Me encanta la ambientación space ópera, junto a la profunda reflexión del protagonista y el juego de palabras Rectoris=Camino con el final del relato que parece una broma macabra.
Pero qué bueno!
XDD No se nota nada quien es la autora, no!!!
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