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Fotos XI One night stand

Muchas gracias a todos por venir!!

Esperamos que os lo pasárais bien y que tengáis ganas de repetir para el próximo.

Os dejo por aquí el link donde he subido las fotos del One night. En breve también estarán en facebook y os podréis etiquetar.

Id apuntándoos el 24 de abril en la agenda, ya que será la fecha de nuestro XII One night stand. Y en esta ocasión volverá a ser un especial Sant Jordi, es decir, lleno de partidas de rol, con entrega de premios para el ganador del Concurso de relatos... y, of course, bikinis, coca-cola, cookies y puede que alguna sorpresa culinaria más!!

Nos vemos!!!

Angélica y el príncipe (IV parte)

Viene de aquí, aquí y aquí

«Sabed, pues, ¡Oh, Príncipe!, que pasó mucho tiempo antes de que las Reglas permitiesen que el hombre fuera hombre y conociese a los dioses. Les dieron nombres y los invocaron, y cada uno de ellos respondió a un nombre y una función, complaciéndose en hacerse conocer de sus adoradores; tomaron formas parecidas a las suyas y compitieron por la adoración de los mortales, otorgando favores, respondiendo preguntas, siendo amables, mostrando su disposición y abierta benevolencia... y también concediendo poderes a sus sacerdotes.
De tal manera que, habiendo preguntado un día cierto sacerdote sobre la irreversibilidad de su condición mortal, uno de los Antiguos Dioses respondió “Sí”. Los Mortales no le creyeron al principio, y volvieron a preguntar en repetidas ocasiones a unos y a otros; y por miedo a perder sus adoradores, también aquellos respondieron que sí. Nuevamente los Mortales se acercaron a los Antiguos Dioses, y habiendo sido preguntados a cerca de cuáles serían los caminos que los Mortales debían seguir para poder abandonar su mortalidad, los Dioses guardaron silencio.
Grandemente se alarmaron los Mortales, temiendo que aquel silencio fuese síntoma de que hubiesen provocado la cólera de sus dioses con aquella osadía, mientras que los dioses temieron que sus adoradores humanos les abandonaran ante aquella falta de consideración mostrada al no responder a una pregunta formulada con toda deferencia y sin mediar ofensa alguna. Ninguno sabía qué hacer: los Mortales temían volver a formular su pregunta; los Antiguos Dioses desconocían la respuesta. No obstante, antes de que los Mortales repitieran su pregunta, todos ellos, reunidos en el primer cónclave de los dioses en el que Erhdom y Merggin no tomaron parte, hablaron de su respuesta primera y de su segunda falta de respuesta, si bien todos coincidían en que los Mortales debían alcanzar la virtud de la permanencia. Algunos sostenían que la virtud podía insuflarse a voluntad, y otros, que no sería útil, dado que la materia de los mortales no podría contener tanta energía, y así se abrió el primer gran debate entre los Antiguos Dioses; en él se formularon importantes preguntas, como si los Dioses debían intervenir en asuntos de los Mortales, a lo que respondieron que no; pero concluyeron que los Mortales sí podían inmiscuirse en los asuntos de los Dioses —entre otras cosas, para evitar la inevitable pregunta subsiguiente en caso negativo: ¿puede un mortal que haya alcanzado la inmortalidad inmiscuirse en asuntos de los dioses?— También se habló de la Inmortalidad para todos, de la posibilidad de conservar un residuo de las criaturas mortales que pudiera permanecer para siempre y regocijarse en todo lo originado, a lo que alguno solicitó que pudieran ser castigados si habían ofendido a los Dioses, dado que no se podía hacer interviniendo en los asuntos de los mortales...
En aquel tiempo descubrieron que podían afectar la realidad además de creando y construyendo, o destruyendo, también podían afectar las combinaciones de materia y energía en los seres, así como las cantidades de tal materia o cual energía, de tal suerte que acordaron unas reglas, conocidas como los Caminos, y que cada postulante a la Inmortalidad debía contar con un Patrón inmortal, debía tener gran experiencia en la vida, y haber realizado una o más gestas heroicas, de acuerdo con el camino escogido, además de grandes sacrificios personales, que templarían su espíritu hasta alcanzar la sabiduría y ecuanimidad propia de los seres divinos; habiendo decidido todo esto, convocaron a Erhdom y a Merggin para someterlo a su juicio; pero ellos guardaron silencio, aunque no prohibieron que así se hiciese; jamás se sabrá si esta decisión fue realmente correcta o inapropiada.»

—Luego llegaron el resto de los dioses, y los héroes.

—Sí, muy poco queda ya.

«Sabed, pues, ¡Oh, Príncipe!, que los Mortales formaron tribus, y reinos, y otras formas de gobierno, que convirtieron en dioses a las Reglas de Erhdom, y las llamaron Naturaleza; que oyeron hablar de la Gran Batalla que los propios dioses libraron por el control de la Biblioteca Eterna, su fusión en tres seres de inconcebible poder a los que llamaron Morhdom, Nohdom y Dorhdom; la misteriosa aparición a través de la corriente del tiempo del poderoso y benévolo Radek, solo porque sus fieles, venidos de lugares remotos le rendían culto; la concesión de la condición de Inmortal a los más grandes y poderosos de entre las Criaturas Elementales. Sabed también que algunos Mortales alcanzaron la Inmortalidad, como Jason del Caos, el Infame Sardo Numpspah, Elian y Eldritch el Cazador, cuyas leyendas bien conocéis; así fue el Origen, tal como nos fue revelado por Ceteos el Sabedor, como yo pude leer en la Biblioteca Eterna...»
—¡Un momento! Vos mismo dijisteis que los libros de la Biblioteca Eterna podían contar mentiras.

—Sí, es cierto, mi Señor. Sin embargo, esta es la historia contada que los sabios admiten, porque todo lo explica de manera que no se nos antoja extraña a nuestro entendimiento; no entra en contradicción con lo que conocemos, y, además, lo explica, encajando con los hechos establecidos. Sabed, por añadidura, que es la verdad, porque de ella se han extraído otras verdades que llevan ayudando a vuestra familia a gobernar desde el nacimiento del Imperio.

—Nunca oí nada parecido. ¿Cuáles son esas verdades?

«Sabed, pues, ¡Oh, Príncipe!, que miles de sabios eruditos estudiaron esta historia, y que de ella se han extraído conclusiones esenciales de la más diversa índole, aplicables igualmente al gobierno de los Imperios que a la vida de cada uno, que os expondré a continuación. Veamos qué hubiera ocurrido si Erh no hubiese dado uso a la gran energía que era él mismo, a ese enorme poder: que nosotros no existiríamos, ni nada de lo que nos rodea; si no hubiera usado esa energía, se habría malgastado en algún fin incierto ¿qué os parece?»

—Que esta parte de la Historia del Origen es nueva para mí.

—Responded, mi Príncipe.

—Supongo que estaría mal.

—No se trata de bien o mal, es algo más perentorio, es, simplemente, hacer lo que debe hacerse. La potencialidad debe ejercitarse, si no se la quiere dejar morir, y el poder debe ejercerse, porque, de lo contrario, se perderá para siempre. ¿Qué otras enseñanzas podéis extraer? Vamos, reflexionad.

—Pues... que con el poder se pueden hacer cosas bonitas: Luz, Color, Sonido...

—Sí, podéis patrocinar las artes, que entretendrán y harán más feliz a vuestro pueblo, como hicieron vuestros ilustres antepasados; pero también podéis crear y construir, para que vuestro pueblo sea feliz antes de ser “más feliz”.

—Eso es, crear y construir, con grandeza, y...

—Pero, decidme, ¿cómo ha de ser esa construcción?— el Príncipe dudó tras la pregunta.

—No lo sé.

—Según las Reglas, mi Señor. De lo contrario, debéis prepararos para la guerra. Recordad que, como a Erhdom le ocurrió, os encontraréis en momentos de tribulación; en esos momentos sonarán canciones: no os perdáis escuchándolas, sino...

—... Haré como Erhdom y pensaré en quien las canta, deberé cantar con él y ¿solucionaremos el problema? No. Creo que esto no lo entiendo.

—Lo entenderéis si sois capaz de sentir lo mismo que el cantor; a eso debéis aspirar cuando cantéis las canciones. ¿Qué más podéis decirme de este relato?

—¿Que tendré un compañero que me ayudará, dispuesto por mi padre?

—Correcto— confirmó su Tutor.

—Pero que no me bastará, entonces crearé compañeros inferiores, similares a mí, pero que se gobernarán por el miedo.

—Y ¿qué deberéis hacer con ellos?

—¡Darles unas Reglas!—respondió, entusiasmado.— Darles unas reglas para ejercer su poder. Empiezo a entender. El Imperio y el Origen no son tan distintos, y las dificultades, problemas y soluciones del Origen son válidos todavía.

—Valga decirlo así, mi Príncipe. Sabed que los problemas no son nuevos, y que las soluciones antiguas aún son válidas; aprended de la historia, no olvidéis vuestras creaciones originales en favor de otras más convenientes, pues acabarán volviéndose contra vos; vigilad a Merggin, pues no sabéis qué ha ocurrido con sus hijos a ciencia cierta, ni qué hacen, ni qué desean en realidad. No os fiéis de que desempeñen un papel de mensajeros y fieles cumplidores de vuestra voluntad, recordad que de entre ellos surgieron los diablos y los demonios; estarán a vuestro lado, pero sólo mientras ese enviado de vuestro padre esté a vuestro lado. Merggin siempre estará al lado de Erhdom como dios que es, y sus intereses serán los mismos; en la alegórica trasunción que vos hagáis, esto no será necesariamente así; sin embargo, todo lo principal se cumplirá, incluso de vuestras creaciones como emperador, vuestros nobles harán burdas copias y mezclas extrañas... pero no temáis.

—¿Por qué no debo temer? A mí me parece bastante temible todo esto.

—Sabed siempre, ¡Oh, Príncipe!, que vos estaréis siempre un paso más cerca de Erh. Estaréis seguro mientras recordéis esto y hagáis lo posible por mantener esta distancia: lo que vos creáis, vos podéis cambiarlo. Recordad que temen no tener la adoración de su pueblo, y que del pueblo pueden nacer nuevos dioses, o de otros lugares, como Radek Ni siquiera los Antiguos Dioses duran para siempre. ¿Os parece cierto todo esto?

—Sí; tenéis razón, puedo sentir la verdad, pues todo parece formar parte del mismo esquema. Pero os habéis olvidado de algo muy importante.

—¿Y qué es, mi Príncipe?

—De los Artefactos de Poder.

El Tutor dio un resoplido; su mano izquierda mesaba la barba, no muy larga y encanecida, mientras su mano derecha servía de apoyo al codo izquierdo. Exhaló otro resoplido y levantó la cabeza, mirando de nuevo al Príncipe, a la par que inspiraba profundamente. Tras un momento de silencio, habló de nuevo.

«Sabed, pues, ¡Oh, Príncipe!, que Erhdox, Guardián de los Enanos, quiso también crear y construir, pero le pareció un insulto hacia sus protegidos que su obra fuesen seres similares a ellos, así que, utilizando en parte la materia primigenia de Erh, y en parte, sus propias creaciones, construyó muy distintos y variados Artefactos de Poder, que entregó a los Inmortales, Mortales e incluso a la corriente del Tiempo, esperando a ver qué ocurría; algunos de ellos son muy conocidos: las Espadas Gemelas, de las que se dice que son el motor del Destino y la Destrucción; el Cuerno del Fin de lo Originado, capaz de volver a convertir toda la Realidad en la Energía Original, y también los Guanteletes de Erhdox, capaces de modelar la materia y la energía, capaces de Crear y Construir.»

—Nunca había oído hablar de esos Guanteletes. Es extraño ¿Sabéis esa historia?

—Por supuesto, mi Señor— replicó el Tutor con una significativa sonrisa en su rostro. ¿Deseáis escucharla?— El Príncipe asintió.

«Sabed, pues, ¡Oh, Príncipe!, que Erhdox, Guardián de los Enanos, había querido crear y construir, sin embargo, optó por la materia inmóvil, aunque con inteligencia y voluntad. De este modo, como hábil artífice dispuso sus herramientas de trabajo, sin apercibirse de que, para aquella labor casi sin precedentes...»

Fin de la primera parte



Continuará...

Angélica y el príncipe (III parte)

Viene de aquí y aquí

«Sabed, pues, ¡Oh, Príncipe!, que los Antiguos Dioses dispusieron la creación o construcción de distintos seres, pero tuvieron miedo a que Erhdom los juzgara fuera de sus reglas, así que los dejaron fuera de la corriente del Tiempo, hasta que Erhdom creó algunos y ordenó en la corriente del tiempo las Reglas que habían establecido. En primer lugar fue la materia, luego la energía, luego los seres compuestos de materia y energía, empezando por los de mayor cantidad de materia y menor cantidad de energía... ¿recordáis, mi Príncipe?»

—Primero la roca, el suelo, la arena, el metal, la tierra; luego B’Erhtod, el sol, las estrellas; después las amebas y las plastas, los insectos, los animales, nosotros...

«Así está escrito. Habiendo Erhdom concluido, los dioses ordenaron sus creaciones alrededor de la obra de Erhdom, pero no absolutamente. No hay pueblo alguno que se diga hijos de Merggin, ni lo podemos ubicar. Algunos dicen que son los servidores de los dioses, los mensajeros; otros que las criaturas de los Abismos... la versión más exhaustiva indica que son seres de energía, principalmente y que eligen en un momento de sus vidas cómo van a manifestarse. Si su tendencia es egoísta o dañina se convierten en formas diabólicas o demoníacas; otros son los seres celestes que conocemos como Mensajeros de los Dioses; los que escogen una manifestación física, aparecen en Erhlann como Titanes majestuosos, o Altos Faéricos. Por supuesto, los Hijos Inmortales de Merggin, también construyeron: los elfos se llaman a sí mismos Hijos de Íneril; los enanos, los medianos y los gnomos tampoco son hijos de Erhdom... respecto a los Enanos, la leyenda que yo estimo más cierta dice que no son hijos de Erhdox, sino que lo son del mismísimo Erh, los primeros de entre los seres mortales, seres hechos de materia, toscos, sí, pero fuertes y poderosos: les es imposible utilizar su energía por los caminos de la magia, pero, lejos de debilitarlos, contribuye a que sean aún más fuertes.»

—¿Y Erhdox?

—Erhdox es uno de los últimos hijos de Erhdom, a quien el propio Erh confió el cuidado de su creación, la raza de los Enanos, que son como las razas primitivas. Cambian poco o no cambian en absoluto. Son sobre todo materia, pero su energía realizadora es inmensa; son como Erh, creadores, artífices, artesanos. Hay pocos artistas entre ellos, sin embargo, su obra es imperecedera y admirada por todos los pueblos, incluidos los altivos elfos.

—¿Qué hay de los Halflings? ¿Son como los Enanos?

«Sí y no —prosiguió gravemente el Tutor.— Ellos son la prueba de que los Antiguos Dioses también eran imperfectos. Como te dije, los Antiguos Dioses no sumergieron sus creaciones en la corriente del tiempo, esperando a que Erhdom concluyese su obra, y luego trajeron más seres, o bien desecharon cobardemente sus creaciones e hicieron unas nuevas, alteraciones y combinaciones de las anteriores, como los Pegasos o las Quimeras. También fueran burlas o recombinaciones sobre el tema de los enanos los Halflings y los Gnomos, en distintas vertientes; sin embargo, estos pueblos fueron benditos por Erhdom: los Gnomos saben cual es su misión en la vida—de ahí su nombre— y pueden consagrarse íntegramente a su cumplimiento; los halflings tienen la virtud de la felicidad: necesitan muy poco para ser felices, sin afanarse en otros trabajos, no sienten el deseo de hacer más. Pueden pasar su vida entregados a la vida sencilla, comiendo cinco veces al día y viendo pasar las estaciones. Los enanos los reconocen como parte de sí mismos, por eso han extendido su protección sobre ellos. Una vez los seres estuvieron en su lugar, Erhdom y Merggin aplicaron las Reglas y así se establecieron las duraciones de sus vidas, quién se comería a cual y cuántos hijos tendría de cada parto, en qué lugares debía vivir cada cual y otras de esa clase.»

—¿Y los seres que habían sido creados y que los Antiguos Dioses no se atrevieron a sumergir en la corriente del Tiempo? ¿Qué ocurrió con ellos?

—Algo realmente terrible, una maldición para todo lo que había sido creado o construido.

—No puede ser tan malo. Esos seres fueron creados por los Antiguos Dioses y no harían algo malo para el resto. ¡Fueron ellos los que inventaron el Bien y el Mal!

«Sabed, pues, ¡Oh, Príncipe!, — entonó de nuevo el Tutor, imponiendo silencio con un gesto solemne — que los Antiguos Dioses temieron que sus criaturas no se ajustasen a las Reglas, que Erhdom las rechazaría y les recriminaría; y también temieron que sus hermanos se burlasen de ellos; fue el miedo el que marcó el destino de estos seres y es el miedo y el rechazo el centro de su existencia desde entonces. Como ya os he dicho, estos seres no fueron sumergidos en la corriente del tiempo, pero no por ello dejaron de existir. Consumieron su energía, tal como le habría ocurrido a Erh si no hubiese comenzado con el Origen, y una vez consumida, estando casi a punto de perecer, su naturaleza de perdurar como todas las razas les impulsó a extenderse por la realidad, fuera del tiempo y de algunas de las Reglas, como una amenaza a ellas y a todo lo que había sido Originado; sin embargo, Erhdom no las apartó ni destruyó, porque tanto él como Merggin juzgaron que aquellos seres serían el peligro, la amenaza definitiva para las criaturas que estaban sometidas a las Reglas, robando la energía de aquellos: hoy los conocemos como Muertos Vivientes. »

—Ahora queda poco para el final ¿no?

—Tenéis razón nuevamente, pero son pocas palabras que corresponden a mucho tiempo.

—Entonces terminad, por favor.



Continuará...

Angélica y el príncipe (II parte)

Viene de aquí

«Sabed, pues, ¡Oh, Príncipe!, que, durante un tiempo, Erhdom y Merggin dejaron de construir utilizando la virtud de la permanencia; hubo nuevamente Luz, y Color, y Sonido, y la Voz cantó la Guerra en el Cielo, que así se llamó la gran guerra entre los Primeros Nacidos. Mientras Merggin cantaba, Erhdom se preguntaba qué podría crear que no tuviese un fin tan decepcionante como sus primeras construcciones, pero la canción de Merggin no hacía sino recordarle el fracaso, hasta que olvidó la canción y pensó sólo en su hermano: si Erh no se había equivocado con ellos, crearía más como ellos. Feliz, acudió junto al cantor y se unió a su canto; habiendo acabado, juntos compartieron la idea de un nuevo capítulo de la historia del Origen. Los recién originados dioses se maravillaron de sí mismos, pero no tanto como de lo que habían construido Erhdom y Merggin, de tal suerte que quisieron construir, crear seres de materia y energía; sin embargo, Erhdom quiso conjurar el peligro de nuevas guerras, y se reunieron para establecer unas reglas deberían seguir las criaturas, para que no se repitiesen los execrados sucesos. Desde que supimos aquello, los Sabios han buscado esas normas en todo lo originado, partiendo de algunas que parecen evidentes. »

—¿Y cuáles son esas reglas?— preguntó interesado el Príncipe.

—Hay muchas, y muy variadas; son las reglas de la vida: todo lo que sube tiene que bajar, todo lo que nace tiene que morir, si algo crece es porque otra cosa ha menguado, dos materias de idéntica cualidad no pueden ocupar el mismo espacio a la vez, y otras muchas de las que ya os he hablado, y de las que os volveré a hablar, otras que aún desconocéis y que, llegado su momento, os expondré. Algunas son perfectas, otras cuentan con no pocas excepciones; lo importante no es cuáles son las Reglas, sino que existían, y que los Hijos de Erhdom querían construir.

—¿Quiere decir eso que los Hijos de Merggin querían otra cosa?

—Es una buena pregunta, mi joven Señor; progresáis mucho. Atended, no obstante, a mi relato.

«Sabed, pues, ¡Oh, Príncipe!, que los hijos de Merggin fueron muchos y hermosos; pero, a pesar de ser materia y poder, también eran Luz, y Sonido, o la ausencia de estos; sus vidas eran breves y finitas, comparadas con las de los Hijos de Erhdom, aunque enormes comparadas con las nuestras; algunos de ellos fueron creados verdaderamente inmortales, pero no la mayoría. Estos fueron los que llamamos Antiguos Dioses, que se llegaron a creer superiores a los Primeros Nacidos, y fueron los Antiguos Dioses los primeros que hablaron del Bien y del Mal: ellos eran Buenos, porque obedecían las Reglas de Erhdom, y los Primeros Nacidos eran Malos, porque habían matado y causado dolor, porque todo lo hicieron siguiendo su particular sentido y no las reglas de Erhdom. Merggin descubrió que las reglas no existían a los ojos de los Primigenios, y así se lo hizo ver a los Antiguos Dioses; sin embargo, aquellos no quisieron verlo. Entonces, con algunos de sus hijos, de cuyos nombres solo conocemos a Ceteos, Íneril, Enoriel, Ghailan y a Saussure, se retiraron y trabajaron para crear la Biblioteca Eterna, el lugar donde todo estaba escrito, un lugar de paz y quietud, que sería la Morada del Conocimiento, más allá del poder de los Antiguos Dioses.»

—Pero si todo está ya escrito ¿qué impulsa a los Sabios y a los Magos? ¿Por qué tanto estudiar? Si voy a ser un buen emperador, lo seré sin estudiar, y los libros lo dirán...

—No lo entendéis, mi Príncipe, —explicó el Tutor, un tanto condescendiente. — Allí están todos los libros posibles, escritos por combinación de las letras y los signos del alfabeto de Saussure. No se encuentran allí los Libros de la Magia, o quizá lo estén, pero resultan irreconocibles. En cuanto a los otros, os diré que hay, efectivamente, un libro en el que se puede leer que seréis un emperador sabio y justo...

—¡Bien! ¡Lo sabía! Dejaremos las lecciones y nos iremos de caza.

—Otro, sin embargo, dice que seréis un tirano, que trataréis a vuestros súbditos vil e inhumanamente; un tercero, que morís hoy mismo, en el curso de una cacería...

—No puede ser ¡Si no voy a salir de caza! Os conozco: vos no me lo permitiréis ¿verdad?

—Lo que quiero decir es que esos libros cuentan todo lo posible en caprichosas combinaciones, sin distinción de realidad, posibilidad, verosimilitud o verdad. Lanzar hechizos está prohibido: alguien que busque cómo solucionar sus dilemas en la Biblioteca, sólo se encontrará con un piélago de dudas mucho mayor, abrumado por posibilidades que nunca hubiera imaginado.

—Y, aún así, los Sabios la buscan.

—Sí, pero no saben que el camino a la verdadera sabiduría lo recorren mientras la buscan, no cuando llegan a ella. Pensad en un sabio, en un erudito, entregado al saber, desconocedor de magias y, como la mayoría, carente de amigos para acompañarlo en la búsqueda iniciada ¡Cuánto conocimiento, cuánta sabiduría no habrá acumulado para alcanzar un lugar inalcanzable con sus escasos medios!

—Entonces ¿es ese su verdadero fin?

—Estoy seguro de que sí. No hay oro ni riquezas allí, solo saber para el que sepa distinguirlo con sus medios mortales. Pero...

—Ya sé lo que vais a decir: debemos volver al relato del Origen.

El Tutor asintió.

Continuará...

Angélica y el príncipe: El origen de Erhlann

Nuestro Atlante favorito lleva varios años creando un mundo propio de fantasía medieval al que ha llamado Erhlann. Durante los próximos días os vamos a ir presentando este mundo mediante un gran relato que narra el origen de Erhlann desde el punto de vista de varios personajes.

Esperamos que os guste



ANGÉLICA Y EL PRÍNCIPE

« Sabed, pues, ¡Oh, Príncipe!, que en mis viajes visité no una, sino muchas veces la Gran Biblioteca, la Biblioteca Eterna que se encuentra en el centro de todo cuanto es, y en ella llegué a conocer incontables historias que fueron y no fueron, los sueños imposibles de tiranos y poetas, los libros que nunca llegaron a ser, los relatos del pasado, del presente, del futuro... »

— Háblame del Origen — interrumpió la joven voz del Príncipe.

—Ya os he relatado el Origen cientos de veces, mi Señor. No ha cambiado desde la última vez que lo hice... Sin embargo, será como gustéis. El Origen ...

«Sabed, pues, ¡Oh, Príncipe!, que hubo un tiempo anterior al nuestro, sin medida y sin espacio, y que sólo existía el Poder sin Forma, la energía cuyo reflejo arde en B’Erhtod, el Ojo Vigilante de Erh, nuestro astro solar, la energía que hoy alimenta los conjuros de nuestros hechiceros, el Poder que solo existía, sin Bien ni Mal: crudo, sin apellidos ni condiciones, y el Poder era Erh.
Sin embargo, el Poder era acción y movimiento, no contemplación y reflexión. Erh tenía la imperiosa necesidad de hacer, de ser, de no parar en ningún momento, pues eso significaría el comienzo de su fin, su disolución...»

—¿ Su muerte?— preguntó, alarmado, el joven Príncipe— ¿Puede Erh morir?

—No en el sentido en que lo haremos vos y yo, mi Príncipe, pero, sí, aceptamos los eruditos que todo puede morir, o dejar de ser lo que es para transformarse en algo distinto, sin relación alguna con lo que era antes, aunque esté conformado por los mismos elementos... es algo quizá demasiado complejo para vos, mi Príncipe.

—No, en absoluto — respondió éste, un tanto ofendido. — Continuad.

—Como deseéis — inspiró profundamente, entornó los ojos, y los abrió de nuevo, clavándolos en los del Príncipe, que sospechó un velado reproche.

«Sabed, pues, ¡Oh, Príncipe!, que existía el Poder, y que el Poder no permaneció lejano y distante, maravillado en sí mismo, en su energía y capacidad, sino que decidió crear, crear más cosas además de sí mismo: el Poder de Erh fue Luz, y fue Sonido, y fue Color, y fue Voz; durante un tiempo que no existía, aquello bastó a Erh, pero carecía de permanencia; entonces Erh aprendió a diferenciar entre crear y construir, la virtud de la permanencia; así nació la materia con la que Erh construyo la Realidad que nosotros conocemos.
Erh quedó realmente impresionado con la virtud de la Permanencia, y con la Materia construyó y le satisfizo su obra, hasta que descubrió que también le satisfacían sus creaciones no permanentes, aunque de un modo distinto; de este modo concluyó que si fuese capaz de crear o construir algo que pudiese satisfacerle en los dos modos, sería mucho mejor. A partir de aquel momento, el afán creador de Erh conoció la superación, el ansia de mayor satisfacción, el deseo de mejorar su obra. Erh creó materia y luego la llenó de energía: primero fue la materia sin forma ni orden preconcebidos, fueron los cuerpos celestes y otras muchas maravillas que no conocemos...»

—Y también los Artefactos de Poder— añadió el Príncipe, entusiasmado.

—Todavía no, mi Príncipe. Aún falta para eso. Si pudiese continuar...

—¡Me gusta tanto esa parte de la historia! Las espadas, El Cuerno...

—Lo sé, mi Príncipe; pero, permitidme que continúe, o nunca alcanzaremos esa parte... o podemos dejarlo, si lo preferís.

—¡No! Continuad, por favor.

«Sabed, pues, ¡Oh, Príncipe!, que Erh creo los materiales del Poder, como la Plata de los Elfos o el Polvo de Hadas, que son codiciados y atesorados por reyes y hechiceros, la primera materia con Poder; de estos materiales míticos se crearían luego las gemas y metales virtuosos, y también los Artefactos de los Dioses. No tardó Erh en percatarse de que había algo que no estaba bien, pues él no era sino Energía, puro Poder, y quiso también ser Materia. Aquel día antes de que existieran los días dejó de contarse la historia de Erh, pues vino a la existencia, del Poder de Erh, Erhdom, que estaba habitado por el espíritu creador de, digámoslo así, su padre Erh, y continuó creando, dando forma a la energía en materia y construyendo con materia y con energía, mientras el espíritu de su padre también tomaba y daba forma, la forma de Merggin, el que ve y cuenta: Merggin se ocupaba en crear Luz, Color, Voz y Sonido, como había hecho Erh en un principio; Merggin veía todo lo Originado y lo iluminaba, convirtiéndolo en historias de muchas formas; tal como estaba en su naturaleza, creó la corriente del tiempo, para poder hablar de ayer, de hoy y de mañana; Erhdom y Merggin eran la misma sustancia, pero en distintas proporciones y formas...».

—Como un puñado de trigo y un panecillo.

—Así es, mi Príncipe, como un puñado de trigo y un panecillo.

—Pero — se dibujó en el rostro del Príncipe un gesto sobresaltado. —¿No es pecado comparar a los dioses con algo tan vulgar como el trigo y el pan?

—Decidme, mi Príncipe, ¿son, acaso, traidores aquellos que dicen que vuestro padre, mi Señor y Emperador, es un pedazo de pan? No busquéis el Mal en todas partes, porque el Mal acabará encontrandoos a vos, mi Príncipe, antes o después.

—Entonces, el Mal es culpa de Merggin— dictaminó, no muy convencido, esperando la confirmación de su tutor.

—¿Por qué se os ha ocurrido eso, mi Señor?

—Porque Merggin creó el Tiempo, antes de eso no había “más tarde o más temprano” para que nos alcanzase el Mal.

—No, no es así... el Mal es algo muy distinto, y el Mal no existió... es decir, no hubo Mal en el Origen, o, al menos, no un Mal que fuera creado o construido por voluntad de los dioses, como podré referiros si me permitís continuar.

El Príncipe asintió, con una sonrisa impaciente.

«Sabed, pues, ¡Oh, Príncipe!, que Erhdom trajo a la existencia muchos seres maravillosos, paisajes apenas imaginables, e incluso objetos de sin par belleza, y que Merggin sometía a un singular juego, sumergiendo algunas de sus creaciones en la corriente del tiempo. Algunas perduraban, otras perecían, unas terceras, las más parecidas a los dioses, crecían y se hacían más bellas y mejores, para después languidecer. En el momento más esplendoroso de su ser, como el propio Erh, se multiplicaban de diversas maneras, y tanto Erhdom como Merggin se sintieron orgullosos de lo que habían creado, de su capacidad de cambio y crecimiento; no obstante, su alegría pronto —para ellos, que no para nosotros — se desvaneció: los seres que eran materia y poder crecían y se multiplicaban hasta ocupar todo el espacio y el tiempo, luchando entre ellos por la supremacía, llevándose el fin, la muerte unos a otros. Sólo sobrevivieron los más grandes y poderosos de aquellos seres, los que más se parecían a los dioses, escondidos en lugares sombríos e insospechados, procurando quedar ignorados unos de otros, mascullando sonidos informes y blasfemos. Muchos de estos seres todavía existen, y aunque son hermosos a los ojos de los dioses, no lo son para nosotros. La más somera elucubración de su ser provoca pesadillas a las mentes más disciplinadas y fuertes, incontrolables nauseas a las más recias constituciones; la mera visión de sus ignominiosas formas puede conducir a la locura más honda al más poderoso de los mortales, e incluso a alguno de los Inmortales. Los eruditos les llaman los Primeros Nacidos o Primigenios; entre ellos se encuentra el Primer Dragón, Señor y Padre de toda su raza, el azote que yace en el fondo del océano conocido como la Tarrasca, y otros horrores cuyo nombre es más conveniente ni siquiera recordar, y que no debo relataros por el bien de vuestro sueño.

—Como los Demonios Rojos y Azules, las Nieblas Sangrientas, los vampiros y los licántropos... los monstruos de los cuentos y los Bestiarios.

—Os equivocáis de nuevo, mi Señor. Esos seres que decís son muy posteriores, aunque horribles, sin duda. Aquellos, los Primeros, son demasiado distintos. Se dice que Merggin inventó la palabra “distinto”, para ellos. En la lengua antigua, la palabra “alio” nombra a estos seres, y el concepto de “otro, distinto”: todos ellos eran distintos entre sí... más materia, menos materia, más energía, menos energía, más organización, menos organización ...

—Pero son monstruos inconcebibles... ¿Cómo pudieron los dioses hacer algo tan horrible?

—¿Habéis reparado en los dibujos de vuestra hermana, la pequeña Princesa? Son informes, apenas remotamente parecidos a las personas y a los objetos reales que quiere copiar; a veces, vos mismo la habéis oído, inventa cosas. Pensad en los dioses ahora: no tenían de dónde copiar, como vuestra hermana, sino que debían crear, inventarlo todo. Forzosamente, algunas, puede que la mayoría de aquellas formas se nos antojasen, como mínimo, abominables.

—¿Qué pasó entonces?

—¡Ah! Pero... ¿queréis realmente conocer qué pasó? Por un momento, pensé que preferiríais seguir especulando sobre la naturaleza de los Primigenios; a este respecto, recordadme que os hable algún día de uno de los discípulos del gran Neftangus, un insigne sabio llamado Biensabidus; pero, por ahora, proseguiré.


Continuará...

El amanecer de Thalas - II concurso de relatos

Aquí tenéis el último de los seis relatos que se presentaron al II concurso de relatos de Sant Jordi de Kritik. Este último relato está escrito por Urbin.

El amanecer de Thalas


Aquella mañana había refrescado, muchas familias habían optado por aumentar la cantidad de ropaje con el que vestirse y, de paso, aprovisionarse de madera para el duro invierno en las inhóspitas regiones de Hatta. Por supuesto, los soldados barovianos no fueron menos, utilizaron armaduras acolchadas como forro de sus uniformes negros antes de encajarse sus petos de cuero tachonado y su apretado casco.

El día se presentaba típico para el capitán de la guardia: defender las secciones de muralla terminada requerirían media docena de soldados apostados en las partes sur y este y un par de guardias en cada una de las tres puertas terminadas. Por otro lado, una docena y media de soldados patrullarían en grupos de tres por las calles de la ciudad, instigarían a los vagabundos, disuadirían a los ladrones y dejarían bien claro que, ahora, era el imperio de Barovia el que dominaba aquellas tierras.

El capitán movió su espeso bigote bajo el casco observando el mapa de la región cuando se oyó un estrepitoso ruido. Sonó, tal vez, como el de una tienda de lona al quebrarse y desmontarse. Con cierta curiosidad, el capitán se acercó a la ventana de su despacho y afinó sus ojos para observar el exterior: en la plaza, encarado hacia el cuartel, había un carro. Los lados del mismo se habían desprendido, causando, seguramente, el estruendo de madera desquebrajándose. En su interior, oculta bajo una lona, que retiraban unos encapuchados, había una rudimentaria catapulta construida para un solo disparo que estaba a punto de efectuarse.

¿Cuántos soldados había en el fuerte? No importaba, aunque todos los soldados de la ciudad hubieran estado atentos y con las armas listas, no hubieran tenido ninguna posibilidad. Corrían, seguramente, las once o doce del mediodía; los campesinos volvían a sus casas para comer y renovar fuerzas; los trabajadores de las nuevas secciones de la muralla hacían su descanso de hora y media y los soldados se sentaban en el cuartel para abastecerse del rico potaje agreste de Lasat.

La cuerda que mantenía tensa el brazo de la catapulta fue seccionada. Por arte y cortesía de la física, la enorme roca salió despedida y silbó en el aire hacia el cuartel. El capitán intentó decir algo, pero no se le ocurrió nada indicado para la situación y se limitó a recibir la roca como un buen anfitrión. Roca y capitán volaron atravesando paredes y tabiques, rompieron mesas, porta-armaduras, cubos repletos de espadas viejas, camas, columnas y soldados. Finalmente, la roca se estrelló contra el suelo de madera, levantando serrín y astillas. Uno de los soldados de Barovia, que estaba sentado en una mesa muy cercana del lugar del aterrizaje, se sintió, durante un instante, afortunado. Acto seguido el provisional cuartel de madera rugió y se desplomó sobre sí mismo, dejando atrapados bajo cerca de una tonelada de madera y escombros a los soldados supervivientes al impacto.

Antes de que los soldados pudieran hacer alguna suposición sobre qué podría haber sido el origen de aquel enorme crujido, los harapientos mantos que lucían los recién llegados cayeron. Bajo ellos, milicianos que habían pasado tres meses en el bosque entrenando, se armaron con lanzas y arcos y empezaron a cazar y a acabar, con rabia y ensañamiento, con todo aquel insolente que osara vestir el uniforme baroviano.

Los exaltados se desplegaron por la ciudad en cuestión de minutos, sus armas eran débiles y rudimentarias. Muchas lanzas se partieron y pocas pudieron atravesar las armaduras de los soldados, pero los gritos de furia y sus incesantes ataques en masa diezmaron a los cobardes barovianos que huían y pedían clemencia. Habían entrado camuflados o disfrazados y habían ocultado sus armas en el interior de carros, ocultas bajo lonas o dentro de montones de paja. Habían ido llegando progresivamente a lo largo del día para no ser descubiertos, y habían tomado posiciones esperando la señal.

Los propios campesinos de la ciudad se habían unido gustosos a la escabechina. Muchos se armaron con cualquier cosa que encontraron: Cacerolas, hachas de cortar leña, arcos de caza o incluso palas y picos fueron bien recibidos para machacar los soldados.

Uno de los harapos cayó al suelo cerca de la catapulta. Bajo las bastas ropas de arpillera y algodón se hallaba el ideador de la revuelta. Desenvainó su cuidada espada, una joya de metro diez con cruz en forma de zeta curvada sobre sí misma, conocida como la Vengadora. Su portador la alzó y vio su reflejo en la pulida hoja.

Veinte años desde hacía apenas unos meses miraron con ojos verdes su joven y duro rostro. El amplio y algo prominente mentón que le caracterizaba se destacaba del resto de la cara, que conservaba, en cierto modo, unas proporciones equilibradas respecto a ojos y nariz. Su boca era amplia y sus labios no solían lucir un color demasiado diferente del resto de la cara, vivo y saludable. Su frente era amplia y su pelo rebelde, que crecía bastante separado de sus cejas, había intentado ser peinado hacia atrás, con un fracaso total. Su cuerpo era poderoso: hombros anchos, brazos fuertes y piernas firmes. No más de un metro ochenta de carne de batalla tapado con un sucio y rasgado uniforme azul celeste de Liria, del cual había sido arrancado el escudo del imperio, como el herido que arranca la flecha que le lacera el pecho.

La espada voló, apartó el metal y rasgó el cuero negro, hiriendo a su portador en el pecho. Un soldado había intentado atacarle pero la voluntad del acero desvió la hoja de su arma y le hirió en el pecho. El soldado intentó alejarse, pero la furia atravesó su casco de un solo golpe.

Sin prisa, un chico llamado Methallium Laguna sacudió su espada para limpiarla un poco de sangre y se dirigió hacia la mansión Jeraq. Bastión del terrateniente Liriano culpable de muchos de sus males.

La mansión de Jeraq fue, durante la infancia de Methallium, lo más parecido al infierno. La corrupción y el vicio se respiraban en todas y cada una de sus habitaciones. Arturus Jeraq, actual teniente del título la había utilizado para llevar a cabo sus repugnantes vicios. En aquella mansión había sido forzada la madre de Methallium hasta engendrar su hermano Tarsis; y pocos años después de ella salió la orden de dejarlos huérfanos.

pronunció Methallium con la mano libre alzada sobre el pomo de la puerta. Recordando las enseñanzas del magíster Berlan, extrajo la energía del plano Astral hasta su mano y la hizo explotar. Las puertas volaron en pedazos tras un fogonazo de energía blanquecina, Methallium dio el primer paso dentro de la sala a tiempo para ver como dos soldados se le lanzaban encima gritando y maldiciendo. dijo Laguna moviendo la mano izquierda como el que disculpa un criado. Llamas rojizas surgieron de sus dedos y engulleron los dos soldados que intentaban atacarle. Uno de ellos cayó y rodó, mientras, el otro encontró el final cuando la espada de Methallium le atravesó el vientre.

El chico avanzó sin prestar atención a la antorcha humana que se revolvía en el suelo e intentaba apagarse, ni tampoco prestó atención en las llamas que empezaban a consumir las cortinas, la moqueta y los muebles del piso inferior. Ascendió lentamente por las escaleras, observando los cuadros del linaje más apestoso y ruin que había recibido el apelativo de terrateniente.

Finalmente, la puerta del despacho de Jeraq saltó por los aires. Era una sala enmoquetada y lujosa. Cientos de libros de distintos colores y grosores se distribuían por interminables estanterías separadas por columnas de liso y trabajado mármol con candelabros. Había un escritorio con una butaca desgastada, una lámpara de aceite quemaba sobre el mismo, cerca de una pluma en su tintero y varios libros de cuentas. Methallium echó un último vistazo al techo de madera y fijó su vista bajo el escritorio.

No había un humano, más bien era un cerdo vestido de seda el que temblaba y rezaba a Nemos bajo el escritorio. Vestía una ropa que a Methallium se le antojó cara, blanca impoluta que contrastaba con su piel rosada y mugrienta. Buscó su rostro para mirarlo a los ojos y nutrirse de su terror, pero no lo encontró, distinguió unas cerdas rubias pero no donde empezaba la cara.

Methallium alzó la espada para detener una lanza que le atacó desde detrás, pero no lo hizo lo suficientemente rápido y la lanza le hirió en el brazo derecho. Una silueta se descubrió de entre las sombras. Un válgard, es decir, un humano de piel oscura como el ébano, armado con una lanza de madera y punta de metal y vestido con un traje de ancha seda negra se puso en guardia ante Laguna. Tenía la cara tapada con un pañuelo negro y sólo se podía distinguir el fuerte contraste del blanco de sus ojos con su piel. No era de extrañar que Jeraq tuviera suficiente dinero para asegurarse la protección de un mercenario válgard.

Methallium cargó y esperó el ataque directo de la lanza, pero esta vez lo bloqueó. pronunció al lanzar tres proyectiles mágicos contra el válgard, que los esquivó en un magistral acto de velocidad. Pero eso fue suficiente, Methallium sólo intentaba separarlo de la pared y las columnas, tenía demasiada prisa como para entretenerse con el mercenario. dijo apuntando al suelo que iba a pisar el mercenario. En el acto, el suelo de madera se pudrió y empezó a doblarse, cuando el válgard hizo pié en la zona el suelo se desplomó y el mercenario cayó al piso inferior, pasto de las llamas.

Methallium lanzó un vistazo al agujero sin acercarse demasiado, al no ver rastro del mercenario supuso que este había muerto o estaba incapacitado, así que se giró para dirigirse hacia el escritorio.

—Saludos Jeraq, han pasado casi cinco años desde la última vez que nos vimos —el chico habló con una voz profunda y autoritaria.

Los ojos del terrateniente asomaron entre sus grasientos brazos y observaron a Methallium tembloroso.

—¡Árchivan! ¡Árchivan Laguna! —dijo casi en una mezcla de alivio y congoja—. ¡Debes ayudarme! Por favor, Árchivan, te juro que no he tenido nada que ver con la invasión de…

—¡Silenció! —el grito se oyó por encima del crepitante fuego y los gritos de furia que se oían en el exterior—. Mi nombre es Methallium.

—Está bien, Methallium. Por favor, te lo ruego, tienes que…

—¡He dicho silencio! —Methallium se acercó a la mesa y la volcó de una patada, despojando al cerdo de su última cobertura— ¿Has creído por un solo momento que soy idiota Jeraq?

Methallium clavó la punta de su espada en una de las piernas de Jeraq, que profirió un guarrido de dolor y entró en un patético lloriqueo mientras la sangre manchaba sus impolutas ropas.

—¿Cuánto te han pagado los Barovianos por la ciudad Jeraq? ¿Trescientas, cuatrocientas mil? —la espada se clavó un poco más en la carne— ¡Contesta!

¬¬—Quinientas cincuenta mil —gritó el Terrateniente entre sollozos.

—Menuda miseria para la vida de tantos —la espada se hundió hasta el hueso y Jeraq gritó.

Methallium lo observó despectivo. Aquel montón de escoria se había perdido toda clase de dignidad, lo mínimo que hubiera pedido el chico era un enemigo al cual batir en un duelo para vengar a su madre. Pero aquel despojo ni siquiera merecía su acero, así que desclavó su espada, la limpió en la ropa blanca y la envainó.

—Siempre te he odiado Jeraq, pero desde que sé que fuiste tú el que ordenó el asesinato de mi madre no he soñado con otra cosa que matarte. Así que tengo un pequeño regalo para ti.

El joven desenganchó un pequeño cilindro que tenía atado al cinto y extrajo de él un pergamino, apuntó una de sus manos a Jeraq y recitó . El pergamino brilló y se consumió en las llamas al tiempo que la mano de Methallium brillaba en un tono verdoso.

Jeraq estalló en un grito de agonía y empezó a revolcarse por el suelo. Sin tener ganas de presenciar su cruel final, Methallium abandonó la mansión. Mientras tanto, la sangre y el resto de líquidos del cuerpo de Jeraq empezaron hervir y convertirse en ácido. La muerte fue lenta y gritó hasta que los pulmones se fundieron, convirtiendo los gritos en exhalaciones de dolor. Miró a su alrededor con la vista nublada e intentó pedir ayuda, pero la voz ya no le respondía. Finalmente, después de unos segundos de agonía eterna, los ojos le estallaron y murió.

Methallium se dirigió hacia el ayuntamiento observando a su alrededor los triunfantes gritos de alegría, las calles manchadas de sangre y los niños apaleando los maltrechos cuerpos de los soldados. El chico sonrió por primera vez en mucho tiempo, había sufrido muchísimo durante los últimos años de su vida, la muerte de su hermano, la guerra, su pueblo asolado y la seguridad del autor de la muerte de su madre le habían sumido en una profunda depresión. Pero eso parecía a punto de acabar, su madre había sido vengada y su pueblo volvía a ser libre.

¿Pero por cuánto tiempo? Algún cargo pretencioso de Liria no tardaría en llegar a la ciudad, felicitaría al pequeño Laguna por su, más que irrisoria y azarosa, victoria y le pediría amablemente que le permitiera subyugar de nuevo su tierra. ¿Qué solución quedaba? Seguramente sólo una.

Methallium se dirigió al ayuntamiento, subió las escaleras y se encaramó al balcón. La fría brisa le acarició la cara y el agradable sol del mediodía le ofreció una sonata de luz y calor. La ciudad olía a muerte, pero los gritos de júbilo y la sensación de victoria se respiraban en el ambiente. El chico observó la plaza del pueblo, había jugado miles de veces en ella, había corrido por las calles, había comprado en las tiendas y había sido feliz durante 5 años. La sensación de Nostalgia se apoderó de su cuerpo y se relajó, recordó los años de oro que había pasado junto a su madre y repasó las pocas imágenes que le quedaban de ella: Alegre, sonriente y amable.

Pero su muerte lo cambió todo para Methallium, o Árchivan, como se llamaba en aquel tiempo. Volvía de darle unas hierbas curativas a la señora de la panadería y al volver a casa la puerta estaba abierta. Entró y saludó en voz alta, pero nadie contestó. Tarsis, su hermano menor, estaba llorando y la casa estaba desordenada. El pequeño Árchivan corrió a la habitación de su madre, donde la halló tendida en el suelo, con una herida mortal en el vientre. El niño gritó y se arrojo sobre ella llorando. Incluso en su lecho de muerte, Emeria Laguna sonrió a su hijo y le mostró una alegre cara quebrada por el dolor de la vida que se escapa lentamente.

—Escucha, Archi querido, vas a tener que cuidar de tu hermano a partir de ahora. Estoy seguro que la señora Durn estará encantada de acogeros en su casa. Tendrás que ser fuerte —Emeria tosió algo de sangre y observó los ojos de su pequeño, anegados en lagrimas—. Puede que crezcas y descubras cosas sobre tus padres que puedan llegar a asustarte. Eres un chico muy especial y el tiempo lo dirá claramente, algún día serás grande y poderoso y te aseguro que estaré muy orgullosa de ti. Sólo lamento no poder estar allí para decírtelo en persona —era ahora Emeria la que lloraba—. Vendrán unos antiguos amigos míos, son cinco, te preguntarán cosas sobre mí… diles la verdad Archi. ¿Me lo prometes? —El pequeño asintió entre lágrimas— Y, por favor, pase lo que pase, debes recordar una cosa. Digan lo que te digan, tanto tu padre como tu madre te quisieron, y siempre te querrán… Hijo yo…

La mujer se sintió atorada, le quedaban apenas unos segundos de vida y lo sabía. El frío se había apoderado de todo su cuerpo, recordaba haber apretado la herida del estómago con la mano para aguantar la hemorragia el tiempo suficiente para ver a su primogénito por última vez, pero ahora ni siquiera estaba segura de tener manos. Miró al vacío con los ojos repletos de lágrimas. Su pelo negro, largo y rebelde, le cubría la cara, empapado de sudor. Su pequeña nariz intentó aspirar profundamente, pero no pudo. Sus delicados labios rosados se abrieron para intentar decir algo más o tal vez para intentar forzar al aire que da vida a entrar en su interior, pero era inútil, estaba cansada y sólo quería dormir, un sueño largo y profundo.

—…te quiero.

Methallium abrió los ojos, cuando algunas lágrimas recorrieron su rostro y se perdieron en sus ropas. Miró al frente y vio el tumulto de aldeanos que le observaban desde la plaza y coreaban su nombre, estaban sucios y muchos sangraban. Después de mirarlos durante algunos segundos, perdió su vista en el infinito y buscó más allá de la plaza para buscar su casa, pero ya no estaba. El antiguo barrio donde había crecido había sido derribado para construir el cuartel, ahora reducido a escombros. Methallium tragó saliva y se armó de valor, sabía perfectamente lo que tenía que hacer.

—Ciudadanos: hombres y mujeres que habéis derramado vuestra sangre en este campo de batalla al que podemos volver a llamar hogar, ¡hemos vencido! —Methallium tuvo que aguardar sonriente a que cesaran los gritos de júbilo que hacían los campesinos ensangrentados y aprovechó el momento para apretarse la herida que había recibido en el brazo— Hemos vencido y hemos recuperado nuestras tierras, que, con esfuerzo, sudor y lágrimas, habíamos convertido en un hogar para criar a nuestros hijos.

»¿Y qué pasará ahora? Podríais preguntaros muchos. ¿Cuál es nuestro destino? ¿Qué hará el pueblo a partir de hoy? Por desgracia no puedo deciros que pasará, no creo en adivinos. Ni siquiera creo en el destino. Pero os puedo asegurar que ni Barovia, ni tampoco Liria, nos tratarán mejor que a unos gusanos. Por ello, pueblo, os propongo una idea, una idea muy simple pero a la vez importante: Os propongo que acabemos esa muralla, que bordemos nuestra propia bandera, que armemos a nuestro propio ejército y que reclamemos la vida que queremos vivir —de nuevo gritos de apogeo—. Os propongo, amigos, vecinos, hermanos, que me acompañéis en este largo y tedioso camino, un camino que se traza desde ahora, un camino que tendrá un nombre y será recordado más de cinco mil años. Uníos a mí en el camino del Imperio de Thalas.

Cartel XI One night stand

Como espero que todos ya sepáis el próximo día 20 de febrero celebraremos el XI One night stand de Kritik. Y para anunciar esa noche llena de juegos de mesa y diversión hemos hecho este bonito cartel.