«Sabed, pues, ¡Oh, Príncipe!, que, durante un tiempo, Erhdom y Merggin dejaron de construir utilizando la virtud de la permanencia; hubo nuevamente Luz, y Color, y Sonido, y la Voz cantó la Guerra en el Cielo, que así se llamó la gran guerra entre los Primeros Nacidos. Mientras Merggin cantaba, Erhdom se preguntaba qué podría crear que no tuviese un fin tan decepcionante como sus primeras construcciones, pero la canción de Merggin no hacía sino recordarle el fracaso, hasta que olvidó la canción y pensó sólo en su hermano: si Erh no se había equivocado con ellos, crearía más como ellos. Feliz, acudió junto al cantor y se unió a su canto; habiendo acabado, juntos compartieron la idea de un nuevo capítulo de la historia del Origen. Los recién originados dioses se maravillaron de sí mismos, pero no tanto como de lo que habían construido Erhdom y Merggin, de tal suerte que quisieron construir, crear seres de materia y energía; sin embargo, Erhdom quiso conjurar el peligro de nuevas guerras, y se reunieron para establecer unas reglas deberían seguir las criaturas, para que no se repitiesen los execrados sucesos. Desde que supimos aquello, los Sabios han buscado esas normas en todo lo originado, partiendo de algunas que parecen evidentes. »
—¿Y cuáles son esas reglas?— preguntó interesado el Príncipe.
—Hay muchas, y muy variadas; son las reglas de la vida: todo lo que sube tiene que bajar, todo lo que nace tiene que morir, si algo crece es porque otra cosa ha menguado, dos materias de idéntica cualidad no pueden ocupar el mismo espacio a la vez, y otras muchas de las que ya os he hablado, y de las que os volveré a hablar, otras que aún desconocéis y que, llegado su momento, os expondré. Algunas son perfectas, otras cuentan con no pocas excepciones; lo importante no es cuáles son las Reglas, sino que existían, y que los Hijos de Erhdom querían construir.
—¿Quiere decir eso que los Hijos de Merggin querían otra cosa?
—Es una buena pregunta, mi joven Señor; progresáis mucho. Atended, no obstante, a mi relato.
«Sabed, pues, ¡Oh, Príncipe!, que los hijos de Merggin fueron muchos y hermosos; pero, a pesar de ser materia y poder, también eran Luz, y Sonido, o la ausencia de estos; sus vidas eran breves y finitas, comparadas con las de los Hijos de Erhdom, aunque enormes comparadas con las nuestras; algunos de ellos fueron creados verdaderamente inmortales, pero no la mayoría. Estos fueron los que llamamos Antiguos Dioses, que se llegaron a creer superiores a los Primeros Nacidos, y fueron los Antiguos Dioses los primeros que hablaron del Bien y del Mal: ellos eran Buenos, porque obedecían las Reglas de Erhdom, y los Primeros Nacidos eran Malos, porque habían matado y causado dolor, porque todo lo hicieron siguiendo su particular sentido y no las reglas de Erhdom. Merggin descubrió que las reglas no existían a los ojos de los Primigenios, y así se lo hizo ver a los Antiguos Dioses; sin embargo, aquellos no quisieron verlo. Entonces, con algunos de sus hijos, de cuyos nombres solo conocemos a Ceteos, Íneril, Enoriel, Ghailan y a Saussure, se retiraron y trabajaron para crear la Biblioteca Eterna, el lugar donde todo estaba escrito, un lugar de paz y quietud, que sería la Morada del Conocimiento, más allá del poder de los Antiguos Dioses.»
—Pero si todo está ya escrito ¿qué impulsa a los Sabios y a los Magos? ¿Por qué tanto estudiar? Si voy a ser un buen emperador, lo seré sin estudiar, y los libros lo dirán...
—No lo entendéis, mi Príncipe, —explicó el Tutor, un tanto condescendiente. — Allí están todos los libros posibles, escritos por combinación de las letras y los signos del alfabeto de Saussure. No se encuentran allí los Libros de la Magia, o quizá lo estén, pero resultan irreconocibles. En cuanto a los otros, os diré que hay, efectivamente, un libro en el que se puede leer que seréis un emperador sabio y justo...
—¡Bien! ¡Lo sabía! Dejaremos las lecciones y nos iremos de caza.
—Otro, sin embargo, dice que seréis un tirano, que trataréis a vuestros súbditos vil e inhumanamente; un tercero, que morís hoy mismo, en el curso de una cacería...
—No puede ser ¡Si no voy a salir de caza! Os conozco: vos no me lo permitiréis ¿verdad?
—Lo que quiero decir es que esos libros cuentan todo lo posible en caprichosas combinaciones, sin distinción de realidad, posibilidad, verosimilitud o verdad. Lanzar hechizos está prohibido: alguien que busque cómo solucionar sus dilemas en la Biblioteca, sólo se encontrará con un piélago de dudas mucho mayor, abrumado por posibilidades que nunca hubiera imaginado.
—Y, aún así, los Sabios la buscan.
—Sí, pero no saben que el camino a la verdadera sabiduría lo recorren mientras la buscan, no cuando llegan a ella. Pensad en un sabio, en un erudito, entregado al saber, desconocedor de magias y, como la mayoría, carente de amigos para acompañarlo en la búsqueda iniciada ¡Cuánto conocimiento, cuánta sabiduría no habrá acumulado para alcanzar un lugar inalcanzable con sus escasos medios!
—Entonces ¿es ese su verdadero fin?
—Estoy seguro de que sí. No hay oro ni riquezas allí, solo saber para el que sepa distinguirlo con sus medios mortales. Pero...
—Ya sé lo que vais a decir: debemos volver al relato del Origen.
El Tutor asintió.
Continuará...
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