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Angélica y el príncipe (IV parte)

Viene de aquí, aquí y aquí

«Sabed, pues, ¡Oh, Príncipe!, que pasó mucho tiempo antes de que las Reglas permitiesen que el hombre fuera hombre y conociese a los dioses. Les dieron nombres y los invocaron, y cada uno de ellos respondió a un nombre y una función, complaciéndose en hacerse conocer de sus adoradores; tomaron formas parecidas a las suyas y compitieron por la adoración de los mortales, otorgando favores, respondiendo preguntas, siendo amables, mostrando su disposición y abierta benevolencia... y también concediendo poderes a sus sacerdotes.
De tal manera que, habiendo preguntado un día cierto sacerdote sobre la irreversibilidad de su condición mortal, uno de los Antiguos Dioses respondió “Sí”. Los Mortales no le creyeron al principio, y volvieron a preguntar en repetidas ocasiones a unos y a otros; y por miedo a perder sus adoradores, también aquellos respondieron que sí. Nuevamente los Mortales se acercaron a los Antiguos Dioses, y habiendo sido preguntados a cerca de cuáles serían los caminos que los Mortales debían seguir para poder abandonar su mortalidad, los Dioses guardaron silencio.
Grandemente se alarmaron los Mortales, temiendo que aquel silencio fuese síntoma de que hubiesen provocado la cólera de sus dioses con aquella osadía, mientras que los dioses temieron que sus adoradores humanos les abandonaran ante aquella falta de consideración mostrada al no responder a una pregunta formulada con toda deferencia y sin mediar ofensa alguna. Ninguno sabía qué hacer: los Mortales temían volver a formular su pregunta; los Antiguos Dioses desconocían la respuesta. No obstante, antes de que los Mortales repitieran su pregunta, todos ellos, reunidos en el primer cónclave de los dioses en el que Erhdom y Merggin no tomaron parte, hablaron de su respuesta primera y de su segunda falta de respuesta, si bien todos coincidían en que los Mortales debían alcanzar la virtud de la permanencia. Algunos sostenían que la virtud podía insuflarse a voluntad, y otros, que no sería útil, dado que la materia de los mortales no podría contener tanta energía, y así se abrió el primer gran debate entre los Antiguos Dioses; en él se formularon importantes preguntas, como si los Dioses debían intervenir en asuntos de los Mortales, a lo que respondieron que no; pero concluyeron que los Mortales sí podían inmiscuirse en los asuntos de los Dioses —entre otras cosas, para evitar la inevitable pregunta subsiguiente en caso negativo: ¿puede un mortal que haya alcanzado la inmortalidad inmiscuirse en asuntos de los dioses?— También se habló de la Inmortalidad para todos, de la posibilidad de conservar un residuo de las criaturas mortales que pudiera permanecer para siempre y regocijarse en todo lo originado, a lo que alguno solicitó que pudieran ser castigados si habían ofendido a los Dioses, dado que no se podía hacer interviniendo en los asuntos de los mortales...
En aquel tiempo descubrieron que podían afectar la realidad además de creando y construyendo, o destruyendo, también podían afectar las combinaciones de materia y energía en los seres, así como las cantidades de tal materia o cual energía, de tal suerte que acordaron unas reglas, conocidas como los Caminos, y que cada postulante a la Inmortalidad debía contar con un Patrón inmortal, debía tener gran experiencia en la vida, y haber realizado una o más gestas heroicas, de acuerdo con el camino escogido, además de grandes sacrificios personales, que templarían su espíritu hasta alcanzar la sabiduría y ecuanimidad propia de los seres divinos; habiendo decidido todo esto, convocaron a Erhdom y a Merggin para someterlo a su juicio; pero ellos guardaron silencio, aunque no prohibieron que así se hiciese; jamás se sabrá si esta decisión fue realmente correcta o inapropiada.»

—Luego llegaron el resto de los dioses, y los héroes.

—Sí, muy poco queda ya.

«Sabed, pues, ¡Oh, Príncipe!, que los Mortales formaron tribus, y reinos, y otras formas de gobierno, que convirtieron en dioses a las Reglas de Erhdom, y las llamaron Naturaleza; que oyeron hablar de la Gran Batalla que los propios dioses libraron por el control de la Biblioteca Eterna, su fusión en tres seres de inconcebible poder a los que llamaron Morhdom, Nohdom y Dorhdom; la misteriosa aparición a través de la corriente del tiempo del poderoso y benévolo Radek, solo porque sus fieles, venidos de lugares remotos le rendían culto; la concesión de la condición de Inmortal a los más grandes y poderosos de entre las Criaturas Elementales. Sabed también que algunos Mortales alcanzaron la Inmortalidad, como Jason del Caos, el Infame Sardo Numpspah, Elian y Eldritch el Cazador, cuyas leyendas bien conocéis; así fue el Origen, tal como nos fue revelado por Ceteos el Sabedor, como yo pude leer en la Biblioteca Eterna...»
—¡Un momento! Vos mismo dijisteis que los libros de la Biblioteca Eterna podían contar mentiras.

—Sí, es cierto, mi Señor. Sin embargo, esta es la historia contada que los sabios admiten, porque todo lo explica de manera que no se nos antoja extraña a nuestro entendimiento; no entra en contradicción con lo que conocemos, y, además, lo explica, encajando con los hechos establecidos. Sabed, por añadidura, que es la verdad, porque de ella se han extraído otras verdades que llevan ayudando a vuestra familia a gobernar desde el nacimiento del Imperio.

—Nunca oí nada parecido. ¿Cuáles son esas verdades?

«Sabed, pues, ¡Oh, Príncipe!, que miles de sabios eruditos estudiaron esta historia, y que de ella se han extraído conclusiones esenciales de la más diversa índole, aplicables igualmente al gobierno de los Imperios que a la vida de cada uno, que os expondré a continuación. Veamos qué hubiera ocurrido si Erh no hubiese dado uso a la gran energía que era él mismo, a ese enorme poder: que nosotros no existiríamos, ni nada de lo que nos rodea; si no hubiera usado esa energía, se habría malgastado en algún fin incierto ¿qué os parece?»

—Que esta parte de la Historia del Origen es nueva para mí.

—Responded, mi Príncipe.

—Supongo que estaría mal.

—No se trata de bien o mal, es algo más perentorio, es, simplemente, hacer lo que debe hacerse. La potencialidad debe ejercitarse, si no se la quiere dejar morir, y el poder debe ejercerse, porque, de lo contrario, se perderá para siempre. ¿Qué otras enseñanzas podéis extraer? Vamos, reflexionad.

—Pues... que con el poder se pueden hacer cosas bonitas: Luz, Color, Sonido...

—Sí, podéis patrocinar las artes, que entretendrán y harán más feliz a vuestro pueblo, como hicieron vuestros ilustres antepasados; pero también podéis crear y construir, para que vuestro pueblo sea feliz antes de ser “más feliz”.

—Eso es, crear y construir, con grandeza, y...

—Pero, decidme, ¿cómo ha de ser esa construcción?— el Príncipe dudó tras la pregunta.

—No lo sé.

—Según las Reglas, mi Señor. De lo contrario, debéis prepararos para la guerra. Recordad que, como a Erhdom le ocurrió, os encontraréis en momentos de tribulación; en esos momentos sonarán canciones: no os perdáis escuchándolas, sino...

—... Haré como Erhdom y pensaré en quien las canta, deberé cantar con él y ¿solucionaremos el problema? No. Creo que esto no lo entiendo.

—Lo entenderéis si sois capaz de sentir lo mismo que el cantor; a eso debéis aspirar cuando cantéis las canciones. ¿Qué más podéis decirme de este relato?

—¿Que tendré un compañero que me ayudará, dispuesto por mi padre?

—Correcto— confirmó su Tutor.

—Pero que no me bastará, entonces crearé compañeros inferiores, similares a mí, pero que se gobernarán por el miedo.

—Y ¿qué deberéis hacer con ellos?

—¡Darles unas Reglas!—respondió, entusiasmado.— Darles unas reglas para ejercer su poder. Empiezo a entender. El Imperio y el Origen no son tan distintos, y las dificultades, problemas y soluciones del Origen son válidos todavía.

—Valga decirlo así, mi Príncipe. Sabed que los problemas no son nuevos, y que las soluciones antiguas aún son válidas; aprended de la historia, no olvidéis vuestras creaciones originales en favor de otras más convenientes, pues acabarán volviéndose contra vos; vigilad a Merggin, pues no sabéis qué ha ocurrido con sus hijos a ciencia cierta, ni qué hacen, ni qué desean en realidad. No os fiéis de que desempeñen un papel de mensajeros y fieles cumplidores de vuestra voluntad, recordad que de entre ellos surgieron los diablos y los demonios; estarán a vuestro lado, pero sólo mientras ese enviado de vuestro padre esté a vuestro lado. Merggin siempre estará al lado de Erhdom como dios que es, y sus intereses serán los mismos; en la alegórica trasunción que vos hagáis, esto no será necesariamente así; sin embargo, todo lo principal se cumplirá, incluso de vuestras creaciones como emperador, vuestros nobles harán burdas copias y mezclas extrañas... pero no temáis.

—¿Por qué no debo temer? A mí me parece bastante temible todo esto.

—Sabed siempre, ¡Oh, Príncipe!, que vos estaréis siempre un paso más cerca de Erh. Estaréis seguro mientras recordéis esto y hagáis lo posible por mantener esta distancia: lo que vos creáis, vos podéis cambiarlo. Recordad que temen no tener la adoración de su pueblo, y que del pueblo pueden nacer nuevos dioses, o de otros lugares, como Radek Ni siquiera los Antiguos Dioses duran para siempre. ¿Os parece cierto todo esto?

—Sí; tenéis razón, puedo sentir la verdad, pues todo parece formar parte del mismo esquema. Pero os habéis olvidado de algo muy importante.

—¿Y qué es, mi Príncipe?

—De los Artefactos de Poder.

El Tutor dio un resoplido; su mano izquierda mesaba la barba, no muy larga y encanecida, mientras su mano derecha servía de apoyo al codo izquierdo. Exhaló otro resoplido y levantó la cabeza, mirando de nuevo al Príncipe, a la par que inspiraba profundamente. Tras un momento de silencio, habló de nuevo.

«Sabed, pues, ¡Oh, Príncipe!, que Erhdox, Guardián de los Enanos, quiso también crear y construir, pero le pareció un insulto hacia sus protegidos que su obra fuesen seres similares a ellos, así que, utilizando en parte la materia primigenia de Erh, y en parte, sus propias creaciones, construyó muy distintos y variados Artefactos de Poder, que entregó a los Inmortales, Mortales e incluso a la corriente del Tiempo, esperando a ver qué ocurría; algunos de ellos son muy conocidos: las Espadas Gemelas, de las que se dice que son el motor del Destino y la Destrucción; el Cuerno del Fin de lo Originado, capaz de volver a convertir toda la Realidad en la Energía Original, y también los Guanteletes de Erhdox, capaces de modelar la materia y la energía, capaces de Crear y Construir.»

—Nunca había oído hablar de esos Guanteletes. Es extraño ¿Sabéis esa historia?

—Por supuesto, mi Señor— replicó el Tutor con una significativa sonrisa en su rostro. ¿Deseáis escucharla?— El Príncipe asintió.

«Sabed, pues, ¡Oh, Príncipe!, que Erhdox, Guardián de los Enanos, había querido crear y construir, sin embargo, optó por la materia inmóvil, aunque con inteligencia y voluntad. De este modo, como hábil artífice dispuso sus herramientas de trabajo, sin apercibirse de que, para aquella labor casi sin precedentes...»

Fin de la primera parte



Continuará...

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