SEÑAL LOCALIZADA
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Aquél día, el doctor Froghrember se despertó como cualquier mañana, se aseó como cualquier mañana, desayunó un café con leche y dos terrones acompañado de una tostada con mantequilla y mermelada de arándanos como cualquier mañana y se dirigió al laboratorio en su Cadillac del 79 color azul celeste –una chatarra que acabaría por convertirse en un clásico- como cualquier mañana.
Pero, por supuesto, aquella no sería una mañana cualquiera.
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El buen doctor era de origen alemán, aunque ahora trabajaba en un pequeño despacho de Fresno, California. Aquél país no le gustaba tanto como su tierra natal, pero la posibilidad de conocer nuevos colegas y conocedores de su especialidad, hacía que se le erizase su espesa barba marrón. Además, allí el gobierno le estaba pagando una pequeña financiación de su investigación que, si bien apenas pagaba las facturas, le permitía proseguir con su trabajo y comprar computadoras y equipo moderno.
Aunque también era cierto que todo ese asunto de los ordenadores -1992 era otra época- estaba aún muy lejos de producir simpatía en él y, además, desde que se pasaba el día mirando el minúsculo monitor, su vista había empeorado y ya había cambiado de gafas más de cuatro veces. Éstas últimas eran de pasta muy gruesas y resistentes a tonos marrones y naranjas. Le gustaba que aguantasen mucho porque, a veces, se descuidaba y se sentaba sobre ellas, o se quedaba dormido leyendo un libro y la montura corría grave peligro de deformación.
Aquella mañana Bernard Froghrember entró en su despacho de la planta 12 del edificio de oficinas Europe, entre las avenidas Sherman y Roberts, cerca de East Bullard. La puerta se abrió con un quejido y, dentro, su odiada computadora emitía un intermitente pitido agudo, a la vez que una línea de texto parpadeaba insistentemente en el monitor:
Señal localizada
Durante un momento no supo reaccionar, y se rascó con incertidumbre su incipiente calva. ¿Señal localizada? ¿Pudiera ser que el trabajo de su vida estuviera dando frutos?
En el mundo científico, esto es inaudito. Normalmente uno compila datos durante toda su vida para que otro malgaste la suya procesándolos y así un don nadie le pueda robar su trabajo, su gloria y su vida –y su Nobel-.
Pero en este caso, la excepción que confirma la regla fue el doctor Froghrember, que tan sólo llevaba medio siglo trabajando en su proyecto cuando aquella mañana cualquiera se convirtió en la mañana más fascinante que un doctor en matemáticas, física cuántica y astronomía pudiera imaginar.
Rápidamente puso en marcha su grabadora, se aclaró la garganta –con la grabadora en marcha- y comenzó: “Nueve de noviembre de 1992, Doctor Bernard Froghrember –intentó añadir una nota de orgullo al nombre-, laboratorio de Fresno, California.”. En ese momento paró la grabadora, rebobinó la cinta y escuchó su propia voz:
-¡Ehemm! Nueve de noviembre de 1992, Doctor Bernord Froghrombêr –esa nota de orgullo no había quedado del todo bien- laboratorio de Fresno, California.- ¿Había dicho California con desdén?
Durante unos instantes pensó que daba igual, que lo importante era empezar la grabación ya, pero luego pensó que si alguien encontraba la cinta y la sabía interpretar, quizás le tomaran por un tal Froghrombêr que odiaba California, y aunque no le gustase mucho su lugar de residencia, no quería quedar como un nacionalista o algo así –Y menos siendo alemán -. Así que volvió a empezar la grabación, y una vez terminada la presentación volvió a escucharla y, aunque no contento del todo con cómo sonaba su voz en la cinta, decidió proseguir:
-Mi computadora ha dado un positivo en la búsqueda. –Tecleó unos pocos comandos- Tras 155.952 horas, 29 minutos y 14 segundos de búsqueda ininterrumpida… Es decir… -155.952 entre 24, entre 365-… casi dieciocho años –no pudo evitar que la cifra saliera con espanto de sus labios, así que tosió para disimularlo-… Tras casi dieciocho años de búsqueda por el cuadrante 8 del sector Gamma-Zeta ha sido localizada una señal –tecleó otros tantos comandos- inequívoca procedente de –y otros más- un sistema solar cuyo sol es… -ya estaba buscando en sus archivos en papel cuando había empezado la frase y no le costó encontrar el fichero- cuyo sol es GSC 8891-03208. Este sistema se encuentra a 2 millones 300 mil años luz de La Tierra. –Por el momento, no supo qué más decir y apagó la grabadora, suspiró largamente y se desplomó sobre el sillón.
-GSC 8891-03208 –Es curioso cómo unas letras y números sin sentido pueden tener tanto sentido. Una señal localizada podría ser cualquier cosa: un conflicto electromagnético sin catalogar, algún tipo de reacción de un agujero negro con otro astro, una especie de sincronía entre asteroides metálicos densos o radioactivos con una supernova o, como el doctor esperaba y ansiaba, una civilización emitiendo. También podría haber sido un error en el ordenador, en el proceso de los datos o en la recepción de éstos a través de los miles de receptores repartidos por todo el país a los que tenía acceso mediante su línea telefónica.
Pero para el doctor Froghrember, aquello era sí o sí una civilización inteligente que vivía en un planeta orbital a GSC 8891-03208. Ahora que la estrella tenía mayor importancia científica habría que cambiarle el nombre. Quizás estrella Froghrember o Frogh o Rember o… Tendría que pensar en ello detenidamente, su nombre no tenía tanto gancho como el de otros inventores o científicos que bautizan sus descubrimientos de este modo.
El viejo doctor ya se veía a sí mismo recibiendo el Nobel por descubrir una señal extraterrestre… “Muchas gracias, muchas gracias a todos por hacerme el enorme honor de recibir este galardón –y el dinero que le acompaña-, por reconocer la obra y el trabajo de mi vida y por impulsarme a seguir trabajando en la duda que a todos nos asalta: ¿Quién hay más allá?” Entonces todo el mundo aplaudiría, él haría una reverencia y se despediría con una sincera sonrisa. Nada podría truncarle ahora ese sueño. Nada excepto lo que ocurrió.
2
La impresora escupía con lentitud la letanía de datos astronómicos que le enviaba la computadora. Froghrember esperaba poder continuar con el análisis de la señal en casa –se le había hecho de noche entre fórmula y fórmula casi sin darse cuenta y, ahora que lo pensaba, se le había olvidado comer-. Pero no importaba, seguro que los datos podían alimentar a un verdadero científico durante semanas sin necesidad de más nutrientes que las matemáticas. Con esta locura por pensamiento, metió todos los archivos en su maletín y salió a las frías y neblinosas calles de Fresno hacia su apartamento.
A estas alturas, la paranoia había empezado a crecer en el doctor y la niebla espesa que esa noche cubría la ciudad no ayudaba. En su círculo de investigación eran comunes las historias sobre agentes del gobierno que querían averiguar y ocultar todo sobre los alienígenas y que raptaban a todos los doctores que se aproximaban a algún dato verídico. Así que cada esquina ocultaba una misteriosa sombra, cada callejón ruidos furtivos y cada azotea malévolas miradas.
Apresuró el paso con decisión intentando mirar sólo hacia adelante. La niebla apenas dejaba ver un par de metros más allá y hacía bastante frío para una camisa blanca y una chaqueta marrón. Decidió cruzar por Robinson Park para atajar y allí, en mitad del parque, pronto se dio cuenta de que se había desorientado por culpa de la niebla. No podía ver nada excepto la hierba que pisaban sus zapatos marrones. Trató de convencerse de que su miedo era ilógico y que no había nada que temer, pero cada coche que pasaba cerca del parque parecía sonar como un Sedán negro del gobierno –estaba seguro que los del gobierno conducían siempre un Sedán negro-. Y entonces oyó de más allá de la niebla una voz que no parecía humana.
-¡Eh, Viejo! –el acento era extraño y el olor a alcohol demasiado fuerte- Suelta la pasta ahora mismo o te meto un tiro entre ceja y ceja.- Froghrember sintió alivio al ver que quién hablaba era una persona humana terrícola no gubernamental; pero el alivio se truncó en controversia al ver que sujetaba un revólver. Aquello no era Nueva York, y los viejos doctores en matemáticas, física y astronomía que no viven en Nueva York no están muy acostumbrados a sucesos de índole criminal, así que levantó las manos como hacía la gente en la televisión y suplicó –¡No me mate, por favor!- El joven adicto le estiró del maletín y le arrancó la chaqueta con brutalidad para luego marcharse corriendo. Froghrember apenas tuvo tiempo de alargar el brazo en un ademán como queriendo coger los datos de su investigación.
Pensó en volver al despacho para reimprimir los datos y volver a hacer la grabación, pero decidió que eso podía esperar hasta mañana y empezó a correr a paso vivo para llegar a su apartamento cuanto antes sin morir de frío por el camino.
Cuando llegó a casa, todo lo recordaba como un mal sueño, estaba cansado y mareado por la carrera y fue a meter las manos en la chaqueta para sacar las llaves cuando se dio cuenta de que no tenía chaqueta. El portal estaba cerrado y eran pasadas las 12 de la noche, así aunque le pareció indecente despertar a sus amables vecinos para que le dejasen entrar, decidió que tenía que tocar al timbre. Pero entonces cayó en la cuenta de que el ladrón que le robó la chaqueta y las llaves podría haberle seguido con el objeto de descubrir qué puerta abrían esas llaves.
Más aun, el ladrón podría no ser ladrón, sino agente del gobierno y haber robado deliberadamente todos sus archivos y las llaves de casa y del despacho. Ese supuesto agente del gobierno podría estar ahora entrando en su despacho y robando o destruyendo toda su investigación. Dieciocho años de búsqueda y, suma y sigue, cuarenta y siete años de trabajo. Toda su vida estaba en ese maletín y ese despacho y, si ese maldito agente del gobierno se pensaba que le sería así de fácil robársela, es que estaba muy equivocado.
Pensó en pedir un taxi pero ante la posibilidad de que los agentes del gobierno también controlasen el servicio de taxis, decidió caminar de nuevo hasta el edificio Europe. Bajó por la calle Angus rodeando el parque y enlazó con East Bullard, desde donde se atrevió con un callejón maloliente que le llevaría rápidamente al edificio. Nunca había cruzado ese callejón aunque sabía que era un buen atajo, porque siempre le daba miedo que saliera algo o alguien de entre los cubos de basura y las cajas desperdigadas. Pero aquél día, a pesar de la niebla, estaba hipnotizado por la decisión y la rabia hacia el gobierno.
Llegó al edificio y se dirigió a la puerta con viveza, hizo girar el pomo y… cerrado. Obviamente el agente del gobierno no había tenido ese problema al entrar porque tenía la llave. -¿Y ahora qué? –Pensó desconsoladamente. Todo su vigor y toda su decisión abandonaron su cuerpo de golpe y, de repente, sólo quedaron el frío, el miedo y la niebla. Así que se acurrucó en un rincón del portal y se dispuso a dormir, si podía.
Por la mañana, alguien le zarandeó con fuerza y las tinieblas de sus sueños se desvanecieron con el brillo del nuevo día. La portera del edificio, una mujer casi tan ancha como alta y que podía contar los años que le faltaban para cumplir un siglo con los dedos de sus pies y manos, le preguntaba al doctor: -¡Eh! ¿Está usted bien? ¡Aquí no se puede dormir!- el doctor empezaba a despegar sus párpados cuando ella volvió a ladrar: -¡Despierte! Si le han echado de su casa no es mi culpa, ¡Lárguese de mi portal!- Froghrember se levantó con todos los músculos y huesos doloridos por el frío y la mala postura. Quizás había dormido un par de horas, puede que tres, y estaba terriblemente agotado. Los recuerdos de la noche anterior comenzaron a flotar en el mar de pesadumbre y se dio cuenta de que ahora la puerta ya estaba abierta.
La carrera por el interior del vestíbulo le hizo resbalar por las baldosas y estuvo a punto de caerse, pero recuperó el equilibrio y entró en el ascensor, pulsando el número 12.
¡Ding Dong!
Se abrieron las puertas y corrió por el pasillo hasta alcanzar la puerta de su despacho, cerrada. Tras unos minutos debatiéndose, volvió a tomar el ascensor, le pidió la llave a la portera, subió de nuevo y se plantó ante la puerta. Suspiró e intentó calmar su corazón que latía con fuerza e insistencia, al tercer intento, la llave entró en su cerradura y la puerta se abrió con un quejido. Todo parecía normal ahí dentro.
El ordenador emitió unos cuantos pitidos quejumbrosos mientras arrancaba y cuando apareció ante él la pantalla de comandos y tecleó con insistencia las órdenes informáticas, exhaló todo el aire de sus pulmones en un suspiro de alivio, ahí estaban todos los datos: su señal localizada, su vieja amiga GSC 8891-03208, su civilización alienígena. Volvió a teclear los comandos de impresión y, dada la lentitud del proceso, decidió tomar un café de la máquina para desayunar e ir al baño a asearse, dos cosas que esta mañana aun no había podido hacer. Cerró con llave el despacho y fue a buscar su desayuno.
Aunque echó en falta la tostada, el café con leche y una cantidad excesiva de azúcar –muy superior a dos terrones- le supo a gloria, y el agua fría del grifo fue capaz de refrescarle y mancharle un poco el cuello de la camisa, todo a la vez. Mientras se recolocaba la corbata y se miraba al espejo, pensó que si tenía que recibir un Nobel quizás se afeitaría la barba. Quedaba bien como científico o profesor de física pero para la foto del Nobel sería mejor un rostro más aseado, no quería que le recordasen como “El tipo de la barba que descubrió los extraterrestres”. Con este pensamiento en la cabeza volvió a su despacho para encontrarse a la policía frente a la puerta, dos agentes –varones blancos ambos- de uniforme que tocaban con insistencia a la puerta. No parecían haberle visto porque estaban muy ocupados hablándole a la puerta: -¿Doctor Froghrember? Tenemos que hacerle unas preguntas, Doctor.
Así que al final el gobierno le había encontrado. Pensó en escapar corriendo por los pasillos de atrás, pero recordó que en ese despacho estaban los datos y, si ellos aun no habían entrado, es que aun no los habían destruido. A estas alturas la impresora ya debería haber acabado. ¿Qué hacer? A decir verdad, tenía en su cabeza muchos de esos datos y, lo más importante, había memorizado involuntariamente la nomenclatura de su buena amiga GSC 8891-03208. Podría reemprender la investigación desde otro lugar, otro país. Empezar con relocalizar la señal y, a partir de ahí, analizarla para encontrar su patrón. No llevaba dinero encima, pero en el banco le podrían dar lo que había en sus cuentas y con eso tendría suficiente para empezar a vivir en Alemania de nuevo, porque se iría a Alemania, de eso no había duda. Aunque… Alemania es el primer sitio donde el gobierno americano buscaría, así que tendría que irse a otro lugar, ¿Francia? ¿Italia? ¿España? Tendría tiempo para pensarlo de camino al aeropuerto.
Los Agentes Petterson y Claine presentaron horas más tarde su informe sobre que el doctor no se encontraba ni en su lugar de residencia ni en su despacho, por lo que nadie cursaría una denuncia contra el desdichado ladrón de la noche anterior, que fue encontrado drogado e inconsciente cerca de Robinson Park con una americana marrón y la cartera de un tal Doctor Bernard Froghrember, así como sus llaves.
Nada se comentó sobre los extraños datos que el doctor tenía, ni sobre la investigación que llevaba a cabo hasta que, días más tarde, se cursase oficialmente su desaparición y el investigador de la policía Phillip Maine llegara desde Los Ángeles una semana y media después para recoger todas las posibles pruebas y, al cabo de un mes, decidiera mirar qué es lo que estaba investigando. Como no entendió nada de lo que ponía, llevó los datos a investigación científica donde, tras tres meses de descansar en el montoncito de tareas pendientes, el Doctor Michael Bord informó oficialmente al investigador Maine que el trabajo del doctor no era nada de interés.
El caso fue archivado.
3
-… así que, señores y señoras, anoten la fecha de hoy en sus libros de historia, -anunciaba animada Loretta Franklin, presentadora de CNN noticias- 25 de abril de 2009, como la fecha en que descubrimos una señal que, inequívocamente, procede o procedía de una civilización alienígena. Para explicárnoslo mejor, tenemos con nosotros en exclusiva al Doctor Michael Bord. –aplausos del público.
-Gracias, Loretta. Como usted decía –Bord miró a la presentadora y luego a la cámara de nuevo- no sabemos si la señal se dejó de emitir hace, quizás 2 millones 300 mil años. Esta cifra de años que tardaríamos en recorrer la distancia que nos separa del origen de la señal si viajásemos a la velocidad de la luz, un concepto todavía inalcanzable para el ser humano. Lo que sí que sabemos, es que la señal enviada, supera esa enigmática velocidad, confirmando la teoría de un grupo de científicos que siempre han afirmado que la información, al no tener masa, sí que puede viajar a velocidades superiores a la de la luz. Aun no sabemos cómo, quién sea que envíe la señal, han conseguido este progreso, pero eso nos confirma que, sin duda, alguien y no algo está emitiendo tan lejos de aquí –Pareció quedarse completamente satisfecho al decir esto mientras Bernard, un viejo casi centenario que vivía en el sur de Francia, miraba atónito el televisor lleno de rabia y controversia.-
Loretta prosiguió con el guión -¡Qué emocionante!- su sonrisa parecía casi de verdad –A decir verdad, la Real Academia Sueca de Ciencias ya ha hecho público, 6 meses antes de lo acostumbrado, que usted– miró a Bord y de nuevo sonrió a la cámara -recibirá el Nobel de Física– alzó las cejas, para enfatizar en esto último y, justo cuando el Doctor cogía aire para contestar, Bernard apagó el televisor y golpeó una mesita auxiliar que tenía pegada al sofá.
Después de todo, no todas las reglas tienen excepciones.
3 comentarios:
Fantástico, maravilloso, ¿Por qué no ganó este? xDD
Gracias a los que lo habéis leído y maldiciones a los que habéis clickado directamente en comentarios, so cerdos, sé que estáis ahí!
Sí, sin duda éste y el de Deux ex Machina deberían haber ganado
Si Urbin escribe 2 o 3 relatos en el tiempo en que nosotros hacemos uno, es obvio que los relatos rápidos no podían estar bien hechos! Entonces, ¿quién votó a Urbin? ¿Pagó a sus amigos para que le votaran? Hum!! :P
XDD Hayan!! se te ve el plumero!!!
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