El Collar de la Sangre
─¡Garnithor Bloodline! ─gritó el caballero alzando su espada─. Quedáis arrestado en el nombre del rey por quebrantar la paz y practicar la nigromancia. Deponed vuestras armas y rendíos sin oponer resistencia.
El nigromante se volteó lentamente mientras el viento azotaba su túnica oscura y su pelo rojizo. Su piel era blanca como la luna y su mirada inquieta y tenebrosa, con un ojo verde y otro azul.
─Sir Blackmoon, Lord Alto Paladín ─dijo Garnithor con una reverencia─. Qué gran honor. Podéis llamarme Garn.
─Dejaos de palabrería, brujo ─escupió el caballero─. Arrojad las armas y rendíos.
─¿Para que se me acuse de qué? ─preguntó Garn, jocoso─. ¿De quebrantar la paz y practicar la nigromancia? ─Garn soltó una carcajada─. ¿Y qué hay de la sodomía, la necrofilia, la profanación y la adoración de dioses oscuros? ¿No se me va a juzgar por eso? Estos paladines, siempre quitándole mérito a la labor de uno. Además ─dijo mientras sus ojos brillaban con una tonalidad rojiza─, yo no practico nigromancia, ¡la domino!
Una llamarada de color verde intenso surgió de los ojos del nigromante y se abalanzó sobre Sir Blackmoon, engulléndolo. Cuando el torrente verdoso cesó, la capa blanca del paladín se había convertido en ceniza y toda su armadura humeaba llena de quemaduras.
Sir Blackmoon había sobrevivido por los pelos, interponiendo su espada, que había detenido gran parte de las llamas. El casco que guardaba su cabeza se resquebrajó y cayó al suelo hecho pedazos, permitiendo que su corto cabello dorado, humedecido y despeinado por el sudor y el peso del casco, quedara expuesto al fuerte viento de la colina.
─Me tomaré eso como que os resistís a la justicia del rey ─dijo el caballero sin apartar sus ojos azules de su rival─. Así sea.
El paladín avanzó, espada en mano, hacia su enemigo, destrozando bajo el peso de su armadura los trozos de barro endurecido que reposaban sobre la tierra batida. Garn sonrió y, con un ligero gesto de su mano izquierda, dotó de animación los cuerpos enterrados bajo el suelo que pisaba el paladín. La tierra se sacudió, y de ella surgieron manos esqueléticas, arropadas con restos de vestimentas podridas y trozos de malla desgastada, que intentaron aferrarse a las botas y las canilleras de la reluciente armadura del paladín. pero este no les prestó la menor atención, apenas estas manos rozaron el aura sagrada que lo cubría, quedaron convertidas en ceniza y fueron arrastradas por el viento.
Sir Blackmoon descargó un golpe con su espada, enviando un haz de luz hacia su rival, que simplemente se ladeó mientras en sus labios aun brillaba una sonrisa mezquina y cruel. El caballero descargó su espada una vez más, hendiendo el aire en estelas de humo ligero y enviando a su rival haces de luz cortante, que simplemente esquivó.
La brillante espada humeaba, casi tan cansada por el esfuerzo como su portador, que respiraba con dificultad.
─¿Eso es todo? ─preguntó Garn tras esquivar el último de los haces─. ¿Eso es todo lo que puedes hacer? ─el nigromante ya no parecía divertirse─. Entonces tendré que matarte.
El hombre alzó su mano y hendió con ella el aire. De su dedo índice surgió un látigo de pura oscuridad que lo acertó en el hombro, destrozando la hombrera que lo protegía en un millar de piezas brillantes. El paladín se llevó la mano al hombro y contuvo un aullido de dolor, mientras la sangre empezaba a emanar del corte, manchando la armadura de rojo. Garn movió la mano una vez más, acertando esta vez en una rodillera y precipitando al caballero hacia el suelo. La rodilla sangrante se hundió en la tierra batida, ahogando la quemazón en la humedad del suelo, al tiempo que nuevos brazos agarraban el cuerpo del paladín, carente de su aura sagrada, y le desprendían la espada de la mano.
Garn rió mientras el viento sacudía su larga melena rojiza como la sangre.
─Matarte para volver a levantarte sería divertido ─rio el nigromante mientras se acercaba a su rival derrotado─. Incluso podía volver a matarte un par de veces más, por pura diversión ─una nueva carcajada rivalizó con el sonido del viento de la colina─. Pero incluso con las mejores artes de la oscuridad, el cuerpo levantado sería apenas un cascarón vacío. Y sería un desperdicio echar a perder tanta devoción y habilidad.
El paladín estalló en carcajadas.
─Seguro que cuando le dices eso a un paladín, este se muere de miedo ─se carcajeó con ganas el hombre.
─¿Qué? ─preguntó sorprendido el nigromante.
─Ese pelo rojizo, es bastante impropio de un ser oscuro como tú ─el paladín dejó ver su brillante sonrisa blanca─. Tu pelo debería ser negro, o tal vez blanco.
─¿Qué diablos farfullas? ─preguntó Garn algo sorprendido─. ¿Me estás tomando el pelo?
─Blanco ─anunció con deleite el paladín─. Definitivamente blanco.
La armadura estalló.
Una humareda negra inundó el lugar y Garn se protegió el rostro con las manos, y suerte que así lo hizo, pues de no hacerlo el frasco que se estrelló contra él le hubiera dado de lleno en las narices. El cristal se rompió y el contenido del frasco, un producto viscoso y con olor a amoníaco, se esparció por su cabello, sus brazos y le escoció en los ojos.
El nigromante gruñó por el escozor, al tiempo que sentía como una mano se hundía hasta el fondo de sus ropas y le arrancaba un collar que había llevado en torno al cuello. Intentó detener los dedos que le robaban, pero no fue lo suficientemente rápido y la cadenita se le escurrió con un suave tintineo.
Por fin, el viento de la colina despejó la humareda y, donde antes hubo un paladín arrodillado y sangrante, ahora sólo quedaban algunos trozos de manos pútridas, que se revolvían por el suelo intentando recuperar el brazo al que habían estado unidas. Y no había rastro de sangre.
El nigromante se giró enfurecido y se encaró hacia una sombra ataviada con una capa negra, que hacía girar el colgante con una mano enguantada. Al verlo, el brujo frunció el ceño, mientras los trozos de su cabello en los que había impactado el mejunje se volvían de color blanco, dejándole el cabello rojizo a clapas.
─¿Quién o qué coño eres tú? ─inquirió furibundo el nigromante.
La silueta sonrió y se guardó el colgante en un bolsillo interior de la ropa. La capucha negra sólo descubría de él la barbilla y los labios, por lo que su rostro quedó oculto de la luz de la luna.
─Soy Garnithor Bloodline ─gritó el encapuchado con la propia voz del nigromante─. Maestro nigromante y heredero del trono de sangre. Podéis llamarme Garn.
El auténtico Garn escupió al suelo.
─Prefiero llamarte hombre muerto.
Una llamarada verdosa surgió de los ojos del nigromante pero, ante su sorpresa, su rival efectuó el mismo movimiento y ambas llamas chocaron en el aire.
─¡No es posible! ─gritó el auténtico Garn.
Cargó con sus látigos de oscuridad, pero estos chocaron con sus homónimos en el aire y se convirtieron el polvo. El impostor avanzó y entonó con un tono rotundo y utilizando la voz de Sir Blackmoon.
─¡En el nombre de la luz!
La espada brillante volvió a aparecer en sus manos y trazó en el aire un arco humeante, que se convirtió en un haz de luz. Esta vez el golpe impactó de lleno en el peto de cuero que vestía Garn bajo la túnica y lo desgarró, haciendo brotar la sangre de su pecho blanquecino. El auténtico Garn cayó al suelo.
─No puede ser ─dijo el nigromante mientras observaba la luna─. Se puede imitar una voz, un vestido... se puede engañar a los hombres... pero este hombre se ha burlado de los dioses... y de mí...
─Un auténtico maestro del disfraz ─dijo el impostor utilizando una voz que no era la suya ni la del paladín─. Aprende a copiar hasta el último detalle, hasta el último gesto. ¡Copiamos el alma! Ni siquiera los dioses son capaces de discernir la diferencia.
─Eres... ─a Garn le dolía demasiado el pecho para hablar.
─Este colgante perteneció a mi familia ─dijo el maestro del disfraz─. Puede que algún día volvamos a vernos, nigromante. Disfruta de la frescura de la noche.
Y en una nueva explosión de humo, la silueta desapareció.
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