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El tributo del mar - I concurso de relatos

Durante 2008 el club organizó un I concurso de relatos de Sant Jordi en el que pese a que no se presentaran demasiadas obras todoas ellas tuvieron una gran calidad. Visto que los relatos del II Concurso de relatos que os hemos estado colgando estas últimas semanas por aquí han recibido buenas críticas hemos pensado en compartir con vosotros los que se presentaron al concurso del año pasado.

Os dejo a continuación con el relato presentado por Iraiel y titulado El tributo del mar

El hombre pateó la arena con furia haciendo que miles de pequeños cristales brillaran a la luz del mediodía. “¡Putos hechiceros ladrones!” Gritó Gareth al vacío a la vez que volvía a quitarse su sombrero de ala ancha para quitarse más porquería del cabello. Estaba molesto se había gastado mucho dinero para conseguir un hechizo de traslado y ahora estaba en medio de la nada en vez de estar en la ciudad portuaria de Varist haciendo negocios. “Cuando localice a ese estafador lo atravesaré con mi espada o mejor aún, lo llevaré en mi barco y lo tiraré en medio del mar para que descubra qué es lo que pasa cuando un cliente no queda satisfecho”. Recogiéndose el cabello largo en una coleta, el capitán Gareth se volvió a poner su sombrero enderezando la pluma roja que lo adornaba. En su cabeza ya estaba repasando todos los mapas náuticos que conocía, tratando de situar el lugar donde estaba.

La playa era un lugar tranquilo, enormes acantilados la cercaban impidiendo ver qué había más allá. La arena brillaba de forma extraña, de una manera que el pirata jamás había visto en sus múltiples viajes. El aire estaba tranquilo igual que la mar, tampoco había signos de animales ni de pájaros. Definitivamente no estaba en un lugar creado por la naturaleza pero tampoco por la magia… era algo imposible de indefinir. ¿Dónde lo había enviado ese idiota de mago?

Resignado a tener que buscarse la vida él solo, el capitán Gareth comenzó a caminar cerca de la orilla tratando de ver los acantilados y la altura que tenían. Salir de allí sería complejo, tendría que escalar y muy probablemente su ropa se estropearía. La próxima vez no confiaría en nada más que en su barco Mechina y en su tripulación, nada de cosas extrañas ni aterrizajes en sitios desconocidos. Y a él le había parecido buena idea ese plan. ¡Estupido!

La ciudad de Varist era conocida por todos por su gran actividad portuaria y también por su estricta seguridad que no permitía entrar a ningún barco que no tuviese los permisos de navegación en regla o que no llevara la recomendación de uno de los mercaderes de la ciudad. También era de conocimiento común que la ciudad se alimentaba del contrabando y de las grandes familias adineradas asociadas con el pillaje ya que de allí sacaban muchos productos de lujo que de otra forma no podrían conseguir.

Gareth quería expandir sus negocios desde hacía tiempo. Su tripulación era de lo mejor, todos hombres capaces igual de diestros en manejar a Mechina como en usar una espada y matar. Además el nombre de Capitán Gareth empezaba a ser conocido en muchos lugares y también tenía el honor se ser uno de los piratas más buscados de todos. Incluso su cabeza ya se cotizaba por encima de la media y su carrera estaba en su punto álgido. A sus treinta años, era el momento de pensar en cómo lograr más dinero.

La forma más fácil de lograrlo era empezando a hacer negocios en la ciudad portuaria cosa nada fácil ya que sólo tenía un acceso por mar, que no pensaba utilizar hasta que no tuviese la protección necesaria, o un asqueroso camino de tierra que por su honor de marinero no estaba dispuesto a pisar jamás. Así que la solución más fácil fue confiar en un hechicero cosa que no volvería a hacer. Su reticencia a la magia acababa de ser probada.

Un breve destello entre los cristales de la playa captó la atención del hombre. Echando una última mirada a los acantilados Gareth se arrodilló para tratar de ver mejor entre la arena.
Al cabo de un rato el pirata levantó a la luz del sol una cajita de madera perfectamente conservada. Pese ha haberla encontrado cerca de la orilla, los elementos no le habían afectado de ninguna manera ni tan siquiera la madera estaba podrida.
Curioso Gareth la miró por todos lados antes de abrirla. Sólo por la caja en sí ya podría sacar un buen dinero y por lo que había en su interior… los ojos del pirata se dilataron al ver lo que escondía la caja, era maravilloso aquello olía a gran negocio ¡Estaba de suerte!
Las seis pequeñas perlas transparentes brillaban a la luz del sol mostrando las pequeñas semillas que contenían en su interior. Para protegerlas de cualquier golpe, cada una estaba protegida por un pequeño cojín delicadamente bordado. Tal vez lo de matar al hechicero no fuera buena idea después de todo antes tendría que preguntarle cómo lo había llevado hacía allí.

Teniendo un extraño presentimiento, Gareth cerró la caja y volvió a mirar hacia los acantilados ¿cómo es que no se había fijado antes? Justo enfrente había un camino y a la lejanía se distinguía la torre de ladrillo amarillo de Varist, única en el mundo por su fealdad. Sonriendo ante su buena estrella el hombre se arregló la ropa, después de todo las cosas no le habían salido tan mal como en un principio pensó.

La criatura miró al humano con sus ojos verdes, similares al color del mar, mientras se alejaba. No podía detenerlo, esas eran las normas pero no estaba dispuesto a dejar que ese extraño se saliera con la suya. Los suyos necesitaban ese recuerdo, era el tributo del mar para ellos así saciaban su hambre.
Cogiendo unos pocos cristales del lugar donde había estado el presente, la criatura pálida como la muerte la depositó en manos de más anciano al que sólo se le reconocía de los demás por llevar un collar de algas en su cuello. El resto no llevaba nada, ni adornos ni ropa, tenían cosas más importantes en las que centrarse.
Lanzando los cristales al aire el anciano gritó algo en una lengua desconocida. Admirando el poderoso vínculo que se estaba formando, los demás se apresuraron a recoger los cristales que caían al suelo teñidos del color de la sangre. Ahora estaban preparados, las leyes no permitían influir en quien había recogido la ofrenda pero nada les impediría convencer al humano de que la devolviera.

Esa ciudad era horrible en todos los sentidos posibles. La humedad era constante, se te pegaba al cuerpo como una amante caprichosa de la cual no te podías deshacer, la gente en vez de hablar vociferaba sin un ápice de educación y los nobles ¡oh esos malditos bastardos! Todos vestían lujosas telas colocadas de tal forma que sólo tapaban lo mínimo necesario para poder considerarlo decente, como contrapartida tanto los hombres como las mujeres se tapaban con un fino velo que impedía ver la expresión de sus rostros ¿Y esos eran los que mandaban en esa gran ciudad portuaria? Por lo que Gareth había visto, todos eran unos cerdos ávidos de poder y de riquezas, ninguno de ellos tenía el menor escrúpulo a la hora de ofrecerle un trato provechoso para ellos pero cuando él trataba de negociar todos sacudían la cabeza y le decían que las cosas no funcionaban así en Varist, los nobles decidían el trato y la otra parte tenía que aceptarlo sin discusión ¡engreídos!
Lo único bueno que había encontrado del lugar era la Casa de Tara y sus putas. Todas ellas eran hermosas y exóticas a su manera además todas estaban igual de limpias que el local cosa que era de agradecer. Esa misma noche se trasladaría de alojamiento ya había hablado con la dueña del local, una mujer grande sin un ápice de belleza, y todo estaba acordado. Cualquier cosa sería mejor que el apestoso antro en el que estaba ahora y que todos le habían aconsejado como el mejor. ¿Es que nadie se había fijado en lo mal ventiladas que estaban las habitaciones o en la fauna que habitaba escondida en el colchón? Qué poca clase tenían.

Sumido en sus pensamientos el pirata llegó hasta el barrio de Hensenm al que también llamaban la zona sucia ya que allí estaban todos los hechiceros, mercachifles y todas las rarezas de la ciudad. No era nada extraño oír explosiones o presenciar una pelea callejera mientras se paseaba por allí. No era un lugar seguro pero allí dentro anidaba el tipo de gente que le interesaba a Gareth. Contrabandistas, ladrones, estafadores… y muy importante: gente dispuesta a pagar una gran suma por el contenido de su caja negra sin hacer preguntas.

Los dos primeros mercaderes con los que se encontró huyeron cuando Gareth mencionó el lugar dónde había hallado su tesoro. Extrañado ante esa reacción el pirata prefirió no decir nada cuando un posible vendedor lo invitó a su casa para hacer negocios en privado.
- ¿Y dice que no conoce el origen de esta maravilla?- Jomsey, como se llamaba el hombre, cogió con suma delicadeza una de las perlas y la examinó a contraluz.- Algo de estas características no es fácil de encontrar a menos que se robe… ¿acaso usted es un ladrón señor?
Irguiéndose en su silla Gareth puso una mueca de desprecio.- ¿Acaso parezco un ladrón señor Jomsey? ¿Tal vez mi apariencia no es suficientemente respetable? Mi profesión es un arte en si mismo, navego por la mar consiguiendo exquisitas piezas como la que tiene usted en las manos para luego poder venderlas ¿Es eso un robo? ¿Por qué no lo consideramos una compra justa?

- Porque no lo es.- En un movimiento compulsivo el señor Jomsey se abalanzó contra el pirata agarrándolo del cuello.- Nuestro tributo no puede ser comprado o vendido, nuestro tributo no ha de estar en manos de ningún hombre.- La voz se había transformado en algo frío y amenazador, los ojos ya no eran de un apagado color avellana sino verdes y profundos. “¿Qué está pasando aquí? ¿Otro truquito de magia para robarme?” Muy en el fondo el pirata sabía que no era nada de eso, las manos pálidas no dejaban de apretar su cuello y ninguno de sus intentos lograba apartarlas de allí. “No pienso acabar así, en un apestoso barrio asesinado por un desconocido” Recurriendo a toda su fuerza de voluntad Gareth trató de sacar el cuchillo que llevaba escondido en la manga, su visión estaba empezando a fallar, se estaba ahogando y su única manera de sobrevivir era llegando a su arma…

- ¡No tocarás tu arma humano!- El cuchillo voló hasta clavarse en una de las paredes.- ¡No nos profanarás más de lo que ya lo has hecho!- El sonido de cientos de voces retumbaron en las paredes haciendo temblar el pequeño edificio.- Nos devolverás lo que nos arrebataste por voluntad propia. En la playa de cristal ¡Lo harás!

Las dos manos se apartaron del cuello del pirata haciéndole caer al suelo. Estaba mareado y sin fuerzas, si esa criatura volvía a atacarle no podría defenderse. Aún así no pudo evitar ponerse a reír- ¿Qué he de devolveros?- preguntó con la voz ronca- Las leyes del mar dicen que lo que uno se encuentra, se lo queda. Lo que encontré es mío y de nadie más ¿Entendido?

Lo que antes fuera el señor Jomsey sonrió con una mueca forzada.- Te convencerás de cual es tu deber. Mañana vendrás a nosotros arrastrándote como el patético hombre que eres. Mañana.

Apoyándose en la pared Gareth se levantó del suelo buscando una réplica ingeniosa o una forma de escapar de allí antes de que las cosas se pusieran más feas.

- ¡Usted es un ladrón!- Poniendo los ojos en blanco el pirata miró al mercader el cual presentaba un aspecto totalmente normal, sin voces raras ni ojos verdes. Cualquiera diría que hacía tan solo unos segundos lo había tratado de matar.- He oído lo que han dicho los Varist ¡Les ha arrebatado lo que es suyo por derecho! ¡E intentó venderme a mí la maldición! ¡Fuera! ¡Fuera o avisaré a la guardia de la ciudad!
Sorprendido por la reacción del señor Jomsey, Gareth recogió la caja negra y salió lo más aprisa que pudo del edificio procurando hacer caso omiso de las amenazas del mercader que seguía gritándole desde la ventana. ¿Por qué le estaba ocurriendo todo eso ahora? Él era bueno en su trabajo, jamás se metía en asuntos de hechicería ni en nada parecido y ahora parecía que se había metido en un buen problema él solo. Lo más fácil sería devolverle a esos Varist lo que era suyo pero no era sólo su vida lo que estaba en juego sino también su orgullo, no pensaba acceder a las exigencias de nadie. Devolvería la caja sí, pero sólo cuando él lo decidiera. Era Gareth un temido pirata conocido por su falta de piedad su fama le precedía y jamás se rebajaría por nada.


Dos mujeres estaban tumbadas en la cama vestidas adecuadamente y con el olor del jabón impregnando su piel. Satisfecho por la forma en que Tara había hecho los preparativos, Gareth se desvistió y se tumbó sin decir nada. Su cabeza no paraba de dar vueltas acerca del extraño mercader y de lo que le había dicho.

- ¿Qué son los Varist?- preguntó al aire, esperando a que alguna de las dos putas le contestaran. La más joven de ellas, una pelirroja de las tierras del sur de no más de veinte años, se rió tontamente.- Señor, Varist es el nombre de esta ciudad ¿acaso ya no sabe ni donde está?- Siguiéndole el juego la otra mujer, una morena de grandes pechos, también se puso a reír mientras le acariciaba el pecho.- No sabrá en que ciudad está Kera pero nos aseguraremos de que esta sea su mejor noche en este alojamiento. ¿Usted qué opina señor?

Furioso porque estaban esquivando su pregunta, Gareth se puso encima de la morena y cogió el brazo a la otra para que siguiera con sus caricias.- No he preguntado dónde ¡Sino qué!- Con el reverso de la mano pegó a la joven con el dorso de la mano en la cara dejándole un pequeño reguero de sangre allí donde le había partido el labio.- ¿No he sido suficientemente claro?

- No se habla de ello señor.- Tratando de quitarse de encima a ese loco la mujer morena trató de empujarlo para que saliera de debajo de ella con la única consecuencia de que él la cogió de las manos inmovilizándola.- Es peligroso, todos los que cuentan un secreto del mar muere… siempre ha sido así… por favor.- La voz de la pelirroja se convirtió en un chillido mientras trataba de apartar a Gareth de su compañera- ¡Aquí dicto yo las leyes puta!- El grito paralizó a las dos mujeres que se quedaron mirándose mutuamente sin hacer nada- Así que tenéis dos opciones o pasar una noche inolvidable si me contáis de qué va todo esto o entonces las próximas horas os aseguro que se convertirán en algo que no podríais llegar a imaginar ni en vuestras peores pesadillas ¿Os ha quedado claro?- Sin esperar respuesta las manos del pirata agarraron el cabello de la pelirroja y la atrajo contra él violentamente.- Ahora, ¿Cuál de las dos está dispuesta a hablar primero?

Estirándose en la cama Gareth miró a las dos mujeres mientras dormían, al final había valido la pena amenazarlas las dos se habían esforzado en complacerle hasta en los más mínimos caprichos y la historia que le habían contado… Ahora que la conocía entendía porqué nadie hablaba de ella, ni tan siquiera los cuentos de miedo que se relataban entre sí los marineros eran tan truculentos.

Según esas dos, la ciudad de Varist fue construida encima de otra ciudad más antigua de la cual nadie conocía el nombre. Tampoco se le dio importancia al hecho hasta que Varist se convirtió en la ciudad con más tasa de muertes, asesinatos, hechos inexplicables y sobrenaturales de todo el continente. Nadie estaba a salvo de la maldición, ni tan siquiera los que huían del lugar, los niños nacían muertos o con tales deformaciones que morían a los pocos días, los mercaderes se arruinaban por mucho que vendieran sus productos, las personas más honradas se convertían de un día para otro en feroces asesinos. Varist era símbolo de pobedumbre, de muerte, de maldición ¿Y qué ocurrió cuando ya todo parecía perdido? Aparecieron ellos. Nadie sabía qué eran exactamente y desde que hicieran el pacto no se les había vuelto a ver jamás para gran alegría de todos.

Según los cuentos, las criaturas eran pálidas y frías, no llevaban ropas y sus ojos eran verdes como la mar ¿de qué le sonaba esa descripción? ¿Acaso ese hombre Jomsey no se había medio convertido en una de esas cosas?

Lo que más intrigaba a Gareth era el pacto pues no supuso nada más que renunciar a recoger lo que los habitantes de la ciudad encontraran en la playa. Ni el más rico collar del mundo o la más valiosa tela se tocaban sino que se dejaban abandonadas. Era ilógico ¿pero qué se podía pensar de esa gente tan extraña?

Dándose la vuelta medio dormido el pirata decidió consigo mismo devolver la maldita caja a su lugar. No era por las amenazas de esas criaturas, más bien lo que le importaba era la imagen que podía dar a los nobles de la ciudad sino seguía sus costumbres. Sería una lástima tener que renunciar a aquella riqueza a menos que los beneficios fueran suficientemente buenos…

El dormitorio olía de forma extraña como si hubieran matado a alguien y no hubiese ventilado después. Adormilado Gareth abrió los ojos estirándose todo lo posible.- ¡Joder!- El gritó sonó suficientemente alto como para que los pájaros que había en la ventana salieran volando asustados. De un salto el hombre se apartó de la cama procurando no vomitar. Sus muchos años de pillajes y de batallas lo habían curtido de la muerte pero eso era… Las dos mujeres yacían en la cama con los ojos abiertos mirando al techo, la sangre enmarcaba sus figuras manchando las sábanas blancas. Un corte les atravesaba el pecho dejando a la vista lo poco que quedaba de su interior, el resto de las tripas estaban desparramadas por todos lados adornando de forma macabra las dos pequeñas lámparas, el arcón con sus pertenencias e incluso la puerta.

Asustado, Gareth se puso las primeras ropas que encontró, curiosamente todas eran negras como la noche más propias para una fiesta de gala que para huir y trató de abrir la puerta para marcharse.
Antes de que su mano tocara el pomo alguien rompió la puerta sin consideración. Era Tara y Jomsey y todos los nobles a los que había visitado en esos últimos días y… y… y toda la ciudad por lo que él podía ver. En otras circunstancias, se habría sentido alagado ante tanta consideración. En otra ocasión en la que nadie tuviera los ojos muertos de color verde ni se tambaleasen como si alguien los estuviera dirigiendo.
- ¡Ve a la playa del cristal! ¡¡Devuélvenos lo que es nuestro!!- Los Varist no gritaban a la vez sino que lo hacían de tal manera que el sonido le llegaba en oleadas como si un mar embravecido le estuviera hablando.- Por tu propia voluntad lo has de dar ¡pero si no lo haces las consecuencias serán fatales!- La propietaria de la casa de prostitución sufrió una convulsión en el pecho y cayó al suelo con los ojos abiertos. No hacía falta ver la mancha de sangre que había salpicado la pared para saber que estaba muerta. Antes de tener tiempo de replicar otras cinco personas más cayeron produciendo varios ruidos desagradables.- ¡Basta!- exclamó Gareth asqueado ante el espectáculo- ¡Os lo devuelvo aquí mismo, coged la puta caja y dejadme en paz!-

- ¡Por propia voluntad en la playa de cristal!- Gritaron las voces mientras tres niños pequeños se arrastraban hasta quedarse enfrente del pirata antes de caer fulminados. – De acuerdo cabrones vosotros estáis al mando, ¡vayamos a la playa!

Fastidiado por la situación Gareth volvió a adentrarse en las habitaciones y se puso su sombrero poniendo sumo cuidado en que la pluma, negra para la ocasión, estuviese perfectamente colocada. Con la misma fingida tranquilidad, cogió su bolsa de viaje y comprobó que estuviera todo antes de partir. A sus espaldas seguía oyendo el ruido de más gente muriendo pero eso no le impediría mantener su orgullo intacto, no estaba dispuesto a permitir que todos los habitantes de Varist fallecieran pero tampoco quería que se le recordase como un hombre que se arrastró a devolver un tesoro porque algo inexplicable le obligó.

Moviéndose como una sola persona la muchedumbre se apartó al paso del pirata Gareth formando un estrecho pasillo que luego se convirtió en una comitiva. Sorprendido por lo mucho que se estaban tomando en serio el asunto del tributo del mar el hombre prefirió no mirar atrás en ningún momento, si los Varist decidían hacer sufrir a otra persona más porque él no se daba prisa no sería culpa suya. Tenía que convencerse de eso o sino tiraría la caja allí mismo y saldría corriendo tal y como le dictaba su instinto.

Gareth miró a su alrededor sorprendido. Volvía a estar sólo en la playa de cristal. Los habitantes de la ciudad lo habían abandonado en algún punto del camino sin que él se diera cuenta ¿entonces por qué seguía teniendo la impresión de que lo estaban siguiendo?

Sin decir palabra el hombre dejó el tributo del mar justo dónde lo había encontrado y se marchó silbando como si nada hubiera pasado. Cuando hubo atravesado el paso de los acantilados miró atrás sólo para descubrir que el camino ya no existía y que la roca formaba un sólido muro con aspecto infranqueable.

Encogiéndose de hombros Gareth siguió caminando procurando evitar la ciudad sólo por si acaso, ya buscaría hacer negocios en otras partes del mundo y desde luego no volvería a confiar en ningún mago, al próximo lo mataría sin piedad antes de que pudiera hacer nada o volver a embaucar a alguien. Eso era lo más seguro, sin ninguna duda.

El más anciano de ellos recogió el tributo con reverencia y lo mostró a los demás lleno de alegría. Ahora podrían alimentarse les dijo a todo con el sonido de las olas, con ello sobrevivirían unos años más hasta que el mar les volviese a regalar más vida.

Con cuidado todas las criaturas se acercaron al tributo tocándolo nuevamente. El recuerdo era hermoso pero trágico, una bella mujer ataviada de negro con un regalo de amor para su prometido, una tormenta inoportuna y un asalto pirata con un barco de nombre exótico “Mechina”, un último sacrificio dándole a las aguas el presente que tuvo que ser para alguien querido, una mancha de sangre en la caja negra recordando la muerte, un objeto desaparecido que provocaría una gran catástrofe…. Saciadas las criaturas enterraron el tributo y miraron al sol saboreando los últimos restos de los recuerdos antes de que sus cuerpos se volvieran de cristal y las olas los hicieran trizas convirtiéndolos de nuevo en lo que eran, una playa de cristal.


Tres semanas más tarde en tierras inexploradas

Sonriendo el hombre miró a contraluz la pequeña perla con una semilla dentro. Definitivamente era hermosa y esas criaturas extrañas ni tan siquiera se habían fijado que faltaba algo de la caja. Era bueno, tenía que reconocerlo. Silbando Gareth volvió a enderezar la pluma de su sombrero y tiró la perla al suelo. Si era una semilla crecería en esa tierra fértil y descubriría qué había costado la vida a tantas personas y si no… ¿a quién le importaba? Mirando a la “Mechina” el pirata hizo una señal a sus hombres para que se prepararan a embarcar. Ya era hora de volver a casa, la época de tormentas llegaría pronto y no se podría navegar, además tenía una esposa y un hijo del que ocuparse al menos hasta que no pudiera volver a salir a la mar. A su hogar.

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